Las desventajas del “pero”
Por Néstor Estévez
Las palabras son soporte del pensamiento. Si no
existieran las palabras, ¿cómo haríamos para entendernos?
El tema es, además de apasionante, súper amplio. Desde el
curioso origen de muchas palabras hasta las resultantes de las mezclas, sin
olvidar la evolución de términos ni el rol de los poetas en ese proceso, son
vertientes que nos ocuparían para largo.
En esta ocasión he preferido concentrarme en un término
que pertenece a un grupo de palabras que resultan simpáticas porque, por sí
solas, no tienen significado, mas tienen el poder para cambiar el del conjunto
a que pertenecen. Así se comportan las conjunciones, en sentido general, y el
“pero”, en sentido particular.
Como se ha de recordar, desde la simple emisión de una
palabra, en ese caso, mediante la voz, ha de pasarse a la escucha y más
adelante a la empatía para que podamos entendernos.
Recordemos que sin la empatía no lograríamos identificar
emociones, las cuales afectan las actitudes y estados de ánimo de las personas.
Solo oyendo y escuchando, hasta lograr verdadera empatía, es como logramos
comunicarnos y entendernos.
Visto así, una palabra sin significado por sí misma, pero
con el poder de cambiar el sentido de un contexto necesita ser cuidadosamente usada.
Eso ocurre con la conjunción adversativa “pero”. La propia RAE ofrece la
siguiente acepción: “Conjunción adversativa que indica oposición, contrariedad
o limitación”.
Como su nombre lo indica, el hecho de que se trate de una
conjunción adversativa le asigna la función de indicar contraposición entre dos
partes. Es decir, lo que está escrito antes del “pero” tiene un sentido,
mientras que lo escrito después tiene sentido contrario.
Otra de las acepciones de la RAE está referida al “pero”
como reforzador de una exclamación. Un ejemplo de ello lo tenemos al decir:
¡Pero qué linda es tu casa!. Sin embargo, en esta ocasión lo que nos ocupa es
la desventaja del “pero”. Retomemos el tema.
El “pero” resulta estigmatizante. Muchas veces habremos
escuchado: “Ella siempre tiene un pero”, en alusión a una persona que ante cada
planteamiento se empeña en buscar el lado opuesto. Así es como se llega a
denominar a alguna gente como “el hombre del pero” o “la mujer del pero”. Y eso
termina provocando predisposición ante todo lo que se relacione con esa
persona, lo cual dificulta entenderse y lograr acuerdos con la misma.
¿Por qué ocurre eso? Comencemos por entender que no
existen mensajes inocentes. Solo existen inocentes que no logran descubrir las
reales intenciones contenidas en los mensajes. Cada mensaje tiene, por lo
menos, un propósito.
El
logro de ese propósito, entre otros aspectos, depende mucho del estado de ánimo
o actitud de quien recibe el mensaje. Si quien lo recibe está "en modo
rechazo", se hace muy difícil lograr el propósito.
Como
se ha de recordar, el común de los seres humanos nos dejamos impresionar
grandemente por lo primero que recibimos. Dicen que "no hay segundas
oportunidades para una primera impresión", independientemente de que la
misma sea buena o mala. Lo real es que implica mucho esfuerzo cambiar esa
primera impresión.
Así
como el "pero" y otras expresiones similares condicionan la primera
parte de lo que planteamos, dando principalía a lo que sigue, quien nos escucha
suele sentirse tan minimizado como la primera parte. Y si ya se identificó con
ella, mucho mayor será el desagrado.
Si,
gracias a la empatía, hemos logrado identificación recíproca con quien nos
escucha o ha escuchado todo lo positivo que se ha podido decir sobre cualquier
tema, el uso del “pero” viene a dejar un desagradable ambiente que se
manifiesta en dos ámbitos: la energía negativa de lo último que se ha escuchado
y su rol suplantador de la impresión positiva que ya se tenía. Algunos expertos
recomiendan simplemente detenerse entre ambas ideas o sustituir el “pero” por
“y”.
Como
es entendible, existe una excepción relacionada con este enfoque sobre el uso
del “pero”. De hecho, viene a ser lo más recomendable: cuando la segunda parte
es tan positiva, principalmente para el destinatario del mensaje, que termina
“vendiéndose” sola y siendo aceptada de muy buena gana. Ejemplo: estamos
cansados, pero nos merecemos un bonche para celebrar.
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