Héctor J. Díaz y su legado
Colaboración Samuel Jiménez Suero
Por
Ramón Saba
En
ocasión de arribar a los que serían sus 110 años de su nacimiento, traigo el
recuerdo y la semblanza de este bardo nuestro, cuyos textos viven aún en nuestra
memoria y son tan repetidos en encuentros culturales y poéticos.
Nació
en Azua de Compostela el 21 de Enero del año 1910, bautizado con el nombre
de Héctor José de Regla Díaz, y falleció en New York el 30 de julio del año
1950, a los 40 años de edad.
Locutor,
declamador, compositor y poeta. Su brillante y vibrante oratoria cautivo a los
más exigentes intelectuales de la época, cualidad a la que se sumaba una voz
grave que encantaba al auditorio y en especial a las damas cuando le llevaba
serenata.
Este
vate dominicano es sin lugar a dudas, el poeta más popular de República
Dominicana, pero por mezquindades inexplicables, aparece en muy pocas
antologías.
En la
radio produjo los programas Recordar es vivir, Serenata Moderna, Cartas a
la Posteridad, Canción de la vida Diaria, Tradiciones, leyendas y
supersticiones Dominicanas.
Su
fuente inspiradora fue casi siempre la mujer, salvo contadas excepciones.
Dedicó mucho tiempo a la tarea de impulsar la presentación de artistas en el
interior del país.
Gran
parte de sus declamaciones poéticas en Radio Yuna, fueron acompañadas a la
guitarra por la educadora Luz María Delfín.
Aparte
de sus publicaciones regulares en el periódico Listín Diario, dejó como legado
los libros Lirios Negros, Flores y Lágrimas, Ritmos
Íntimos, Plenitud y Versos para una sola Noche, post-mortem se
ha recogido lo mejor de su producción en una antología.
Como
autor de reconocidas piezas musicales como Tu Nombre, Dolores, Oh
Paris, Entre tu amor y mi amor y el famosísimo merengue El Negrito
del Batey que retrata al trabajador dominicano desde una óptica realista y
franca.
También
son de su autoría los merengues El Mal Pelao y La Muerte de
Martín, que fotografían paisajes socioculturales del folclore dominicano. Sus
poemas más repetidos son Lo que quiero y La leyenda del negro
haragán, el primero es puro desamor y el segundo de corte afroantillano
dedicado al declamador Carlos Lebrón Saviñón.
Notables
poetas dominicanos han externado “Fue un poeta fuerte y perdurable, que en
parte tenía tinturas de poesía negroide y un ritmo inmejorable, donde
prevalecía un estilo limpio, repletos de imágenes claras y llenas de
vida.”
(Héctor
Incháustegui Cabral) y “Poseía una personalidad única e inconfundible. La
de no imitar a nadie. Razón por la cual, en su verso ágil y sonoro, jamás
podremos encontrar el grillete mohoso del esclavo, ni mucho menos la
humillante librea de un lacayismo bochornoso.
El
era él en él mismo.” (Franklin Mieses Burgos)
Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS
DOMINICANAS con un fragmento de un poema de Héctor J. Díaz, integrado por
perfectos versos alejandrinos:
Lo que quiero
Que nadie me conozca y que nadie me quiera.
Que nadie se preocupe de mi triste destino.
Quiero ser incansable y eterno peregrino
que camina sin rumbo porque nadie lo espera.
Caminar rumbo adentro, solo con mis dolores,
nómada, sin amigos, sin hogar, sin anhelos.
Que mi hogar sea el camino y mi techo sea el cielo,
y mi lecho las hojas de algún árbol sin flores.
Que no sepan mi vida, ni yo sepa la ajena.
Que ignore todo el mundo si soy triste o dichoso.
Quiero ser una gota en un mar tempestuoso
o en inmenso desierto un granito de arena.
Cuando ya tenga polvo de todos los caminos,
cuando ya esté cansado de luchar con mi suerte,
me lanzaré en la noche sin luna de la muerte,
de donde no regresan jamás los peregrinos.
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