Ir al contenido principal
Mi vida entre dos monstrous (15): casi muero en un accidente
Luis Amílkar Gómez.Por: Luis
Amílkar GómezAcababa de regresar de la República Dominicana con
mi cuerpo energizado y la mente relajada, preparado para los dos años que me
quedaban de carrera.
Inicié mis clases en la universidad a principios
de octubre de ese año de 1980 y todo marchaba sobre ruedas.
Por primera vez en mi vida lucía cada día ropa nueva
y variada. Ya no era aquel estudiante que durante cuatro años vistió la misma desgastada
vestimenta. Entre los atuendos estaban aquellas lindas botas que
me habían regalado mis amigos en Puerto Rico.
Me gustaban tanto que las calzaba muy a menudo. Ellas
salvaron una de mis piernas.A eso de las seis de la tarde de ese día, me
dirigía hacia el comedor universitario, cuando me encontré en el camino con mi
amigo Manuel Beras, quien había sido mi compañero en el viaje a Cuba. Estaba conversando con Manuel cuando un autobús
(guagua) del transporte colectivo de la ciudad de Moscú, que acababa de recoger
sus pasajeros en una parada especial de la universidad y se deslizaba
lentamente alcanzó una de mis piernas.
Caí pesadamente al pavimento y la gente gritaba para
que no me pasara por encima de la otra extremidad.
Mi pié izquierdo estaba aprisionado bajo la enorme
rueda del vehículo y con mis uñas me aferraba al asfalto tratando de salir de
debajo del aparato.
El conductor atendiendo al griterío dio marcha atrás
y me arrastré en el piso alejándome del pesado transporte.Un taxista que pasaba por el lugar se ofreció como
voluntario y un grupo de personas me cargó depositándome en el asiento de
atrás.
El carro se movió a toda velocidad por la avenida
de Lenin en donde estaba ubicado el hospital más cercano.
Nunca perdí el sentido, aunque sí sabía, que mi
pierna izquierda estaba en muy malas condiciones.
En el centro asistencial me atendieron inmediatamente
y lo primero que hicieron fue buscar una tijera para romper la bota. Los médicos y enfermeras que me atendían hacían comentarios
sobre la situación del pié.Decían que era imposible salvarlo, ya que había sufrido
daños irreparables, como pérdida de gran parte del tejido y el tobillo.
Yo no sentía esa parte inferior de la extremidad y
daba como verdaderas, las aseveraciones que hacían mientras realizaban su trabajo
de curación. Cuando comenzaron a tocar la carne magullada el
dolor aumentó así como mis gritos de impotencia. Me sedaron y perdí la noción.
Desperté a eso de las once de la noche en una cama
y una gran venda cubría desde la rodilla hasta el pié.
La enfermera llamó inmediatamente al médico y, después
de presentarse, comenzó a explicarme la situación.Lo primero que me dijo es que ellos no daban garantía
de que el pié fuera salvado y que la única posibilidad era un especialista en
micro-cirugía que tenía sus prácticas en la lejana ciudad rusa de Krasnoyarsk. Krasnoyarsk estaba a unas cinco horas de Moscú por
avión.
Indicó que se habían dado instrucciones para que ese
cirujano volara a Moscú esa misma noche.
Serían las tres o cuatro de la mañana, cuando el
doctor que fue enviado a buscar especialmente para operarme, llegó al lugar e
inmediatamente me llevaron a la sala de operaciones.
Lo único que recuerdo es que, antes de que el
especialista entrara a reparar los daños, me sedaron de nuevo y me marché hacia
el mundo oscuro de la inconsciencia.Desperté cerca del medio día y nuevamente la
enfermera avisa al médico encargado que ya estaba despierto.
“Tenemos buenas noticias, gospadín Gómez”, me dijo
acercándose a la cama.
“El único hombre capaz de salvar su pié trabajó esta
madrugada más de cuatro horas y logró sus propósitos”, terminó diciendo.Destapó el pié y me dio detalles de la operación diciéndome
que el proceso de recuperación iba a ser largo, difícil y algunas veces
doloroso.
Nunca tuve la oportunidad de darlas gracias a aquel
hombre al que debo mi pierna izquierda.
Ni siquiera vi su cara.Por la
tarde, comenzaron a entrar mis compañeros y amigos de la universidad que estaban agrupados en los pasillos. Entraban de dos en dos a saludarme y sentía que rehuían
preguntarme sobre el estado de la pierna.
La razón era que en las residencias estudiantiles,
se corrió como pólvora, que yo había perdido mi pierna izquierda.
Pasaron los días y solo mi amigo Fabián me
visitaba regularmente. Casi todos se
olvidaron de mí.Negro Veras, abogado de Santiago.
Ningún oficial de la universidad me visitó, pero sé
que alguien muy poderoso, dió la orden para que tuviera al mejor médico disponible.
Al fin y al cabo, eso era lo más importante.Orlando Martinez,
periodista asesinado.
En esos momentos pensaba en mis padres y me
prometí no mencionar el accidente para no preocupar más a mi madre.
La comida era horrible y prácticamente solo comía
en el desayuno lo que los rusos llaman Kasha, que es una especie de harina con
leche.
Edilcia, una gran panameña quien era la novia de
Fabián, comenzó a enviarme comida todos los días y fue así como pude sobrevivir
la parte de la alimentación.
A esos dos, siempre les estaré agradecido donde quiera
que se encuentren y “pase lo que pase”.
Cada mañana me visitaba un grupo nuevo de
estudiantes de medicina de las diferentes universidades de todo Moscú.
Me tenían como “pieza de museo”, ya que los
profesores explicaban a los futuros doctores lo complejo de la operación practicada,
alabando con altos calificativos al galeno que la realizó.
Uno de esos días de aquel fatídico octubre, ya cayendo
la tarde, me sorprendió una visita que nunca me imaginé, frente a mí del otro lado
de la cama, estaba la figura inconfundible del doctor Ramón Antonio Veras
(Negro).
La primera vez que ví a Negro Veras en persona, fue
en Marzo de 1975, cuando pronunciaba un discurso en la desaparecida plazoleta,
donde estaba la estatua de Juan Pablo Duarte, frente a la antigua Compañía Dominicana
de Teléfonos-CODETEL-.
Fue la primera vez que ví a un hombre llorar públicamente
la muerte de un amigo. Ese amigo era el
inolvidable “Orlando Martínez”, director de la “Revista Ahora” que acababa de ser asesinado
en Santo Domingo.
Como periodista entrevisté a Negro una sola vez,
aunque redacté muchas de sus declaraciones, que a menudo ofrecía a los
reporteros que trabajaban conmigo en “La Situación Mundial”.
Pero para que se entienda el grado de solidaridad que
hay en este hombre, quiero decir que el fue a visitar a un joven dominicano,
que necesitaba de su apoyo y, creo que se enteró tiempo después, que yo era el
mismo que fue periodista en Santiago.
Como me la pasaba sedado por fuertes calmantes,
pensé en un principio, que estaba divagando pero a su lado había una dama que
no conocía.
“Soy Negro Veras y ella es mi esposa Carmen. Quisimos pasar por aquí para mostrarte nuestro
apoyo y nuestra solidaridad”, me dijo en tono suave.
Después de darles las gracias, pregunté que cómo
se habían enterado. Me explicó que fue a
mi universidad a dictar una conferencia a los estudiantes dominicanos y que allí,
solo se hablaba del accidente, donde un dominicano perdió una de sus extremidades.
Cuando escuché la palabra “perder”, como que desperté y reaccioné rápidamente, despojándome de la
frazada que cubría mi cuerpo y mostré a Negro mi pierna exclamándole: ¡Mi
pata está ahí, no me la han cortado!.Continuará…
Comentarios
Publicar un comentario
Saludos.
Mi blogs tiene problemas e ignoro las razones