El coraje de los cubanos se sobrepone a las adversidades a causa del incendio de tanques petroleros.
En la zona industrial de Matanzas no se deja de luchar a cada repliegue táctico con una nueva avanzada, para cavar trincheras que impidan el paso del combustible, para enfriar las superficies, para evaluar daños y riesgos
Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu
Foto: Ricardo
López Hevia
Una
isla que se niega a decir ante la adversidad, «me rindo», que se hace una sola
voz de aliento, un abrazo y un «Matanzas, aquí me tienes».
En
tierra el calor es agobiante, y la tensión también. Cada cual permanece atento
a sus tareas y a las voces de mando.
El
fuego no para, la voluntad de extinguirlo, tampoco. Parece afán de David contra
Goliat y el coraje el de los bomberos.
En el
aire los helicópteros lanzan sus cargas de agua sobre las llamas, que las
tragan, sedientas.
Los
viajes se repiten una y otra vez. Es cuestión de no cejar, coraje el de los
pilotos.
De
nuevo en tierra, un silbato empieza a sonar, corto y seguido.
Es la
señal del vigilante de escena para salir a toda velocidad; las fuerzas
obedecen, pero sin correr, no hay señal de desesperación en los pasos firmes y
apurados. Volverán en un rato.
A la
vez, otros trabajan en la propulsión del agua, los socorristas permanecen
atentos a las lesiones propias de una labor tan extrema, los jefes indican y
controlan desde el epicentro del desastre. Coraje el de esos hombres y mujeres.
En la
zona industrial de Matanzas no se deja de luchar. Luego de cada repliegue
táctico hay una nueva avanzada, para cavar trincheras que impidan el paso del
combustible, para enfriar las superficies, para evaluar daños y riesgos.
Del
otro lado de la bahía el pecho se encoge ante cada nueva explosión, y se piensa
enseguida en qué sentirán los que están ahí, de frente al incendio, si desde
lejos se puede llegar a experimentar tanto miedo.
Coraje
el suyo, es toda la respuesta.
Matanzas
y su gente resiste, a pesar de las pocas horas de sueño, a pesar del lógico
nerviosismo que supone un siniestro en curso y de la columna de humo que se
cierne como oscura amenaza.
Coraje
el de quienes, sobreponiéndose a todo ello, ofrecen sus casas y sus medios de
transporte, su sangre y su comida, sus brazos y sus saberes.
Coraje
el de las familias que en otras partes de Cuba saben a los suyos en combate
cuerpo a cuerpo con las llamas, coraje el de los venezolanos y mexicanos que
andan frente a ellas.
Coraje
el de las autoridades que no desfallecen, y que en estas jornadas aciagas han
recibido quemaduras, lesiones, que tampoco han podido descansar, con el
significativo peso adicional de la responsabilidad.
Coraje,
en fin, el de la Isla, que se niega a decir ante la adversidad, «me rindo», que
se hace una sola voz de aliento, un abrazo y un «Matanzas, aquí me tienes». David
venció a Goliat. No seremos menos.
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