Por un real desarrollo
Por Néstor Estévez
¿Quién
no quisiera mejorar su situación? Podría decirse que la pregunta sobra. Se
trata de una aspiración casi natural de todo ser humano.
Tan
común resulta que ha sido necesario, como medio para evitar desenfreno, aplicar
ciertas reglas que nos permitan entendernos y coexistir sin que “perdamos los
estribos” con tanto afán por mejorar.
Esa
generalizada aspiración humana, además de movernos hacia estadios superiores,
ha servido como palanca para que el liderazgo inspire, articule y motorice la
evolución de muchas sociedades.
Como
nota ilustrativa, me animo a citar lo ocurrido a propósito del inicio de un
asfaltado que había sido esperado desde mediados del siglo pasado en la Línea
Noroeste: el de la carretera Sabaneta – Martín García, que une a las provincias
Santiago Rodríguez y Montecristi.
Han
sido tan diversas como elocuentes las expresiones de quienes se resisten a
creer que tan vieja aspiración se esté convirtiendo en realidad. Para mucha
gente podrá parecer exagerado que una simple aplicación de asfalto sea motivo
de tanta algarabía. Pero no lo es para quien lleva décadas “tragando polvo y
lodo”, según falte o abunde la lluvia.
Pero
también hay situaciones más extremas: hay quienes podrían asombrarse de que en
muchos hogares no se cuente con piso de cemento o agua corriente, y ni pensar
en que también sea potable, para realizar todo lo que implica uso del vital
líquido en donde quiera que haya seres humanos.
Al
otro lado de esa realidad, reparo en algo que escuchaba recientemente en una
radio de uno de los países del denominado primer mundo. Trataban un tema muy
actual y de gran importancia, a lo que ha de sumarse que también era de alta prioridad:
la necesidad de elaborar normas para el buen funcionamiento de los taxis
aéreos.
Ante
uno y otro extremo es como para preguntarse: pero ¿y es de verdad? Y la
respuesta ha de ser: sí, es de verdad. Así opera esa aspiración a mejorar. Así
opera eso que a alguien se le ocurrió llamar “desarrollo”.
Así
opera eso de lo que algunos tratadistas ubican cuatro corrientes fundamentales:
una referida al estudio evolutivo; otra, a las necesidades humanas; una tercera
se coloca por encima de las organizaciones, las estadísticas y los datos de la
calidad de vida de las personas a las cuales se refiere, y una cuarta considera
al desarrollo como algo más integral, ya que “incluye el estudio de condiciones
individuales, las sociales y políticas”.
De
ahí es sencillo deducir que el desarrollo no se corresponde con ciertas
actuaciones mesiánicas que hasta llegan a disfrazarse de caridad. Tampoco es
asunto de los tristemente famosos expertos que se pavonean ante quienes asumen
como brutos y atrasados.
Y por
supuesto, tampoco es asunto de las buenas intenciones que pueda tener alguna
persona u organización de cara a “mejorar” las condiciones en que vive cierto
conglomerado.
Para
que sea sostenible, el trabajo para la mejoría de vida ha de implicar
organización, participación activa, el ser humano y su entorno como centro,
esclarecimiento de visión, construcción de consensos y entendimiento del
carácter dinámico de las relaciones humanas.
Así
se logra real desarrollo. Así se logra mejoría de vida. Todo lo otro puede
servir para objetivos que van desde entretener hasta engañar.
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