REPORTAJE – San Pedro de Macorís: la provincia cocola Catedral de San Pedro de Macorís
La primera iglesia católica de San Pedro de Macorís del siglo XIX en honor a San Pedro Apóstol era cobijada con hojas de palmas y techada de madera, destruida por incendios y huracanes.
En el año 1910 se comenzó el primer cargamento de cemento llegado a la isla, inició de la modernización y pasando a la historia del país.
Por José
del Castillo Pichardo. EL AUTOR es sociólogo. Reside en Santo Domingo.
A mediados
de la década del 70 del siglo XIX arrancó el desarrollo de la industria
azucarera moderna dominicana.
Un flujo
de inmigración empresarial cubana, norteamericana, francesa, alemana,
italiana y puertorriqueña, junto a negociantes locales, se sumaron a la
aventura.
Aprovechando
tierras vírgenes de llanura irrigadas por un generoso sistema fluvial, facilidades
fiscales y disponibilidad de mano de obra.
Y la
cercanía del demandante mercado de Estados Unidos.
Cuba, la
potencia azucarera bajo dominio español al igual que Puerto Rico y primera
exportadora mundial, era presa de la Guerra de los Diez Años (1868/78), una de
tres campañas en el último cuarto del siglo XIX en pro de su independencia.
Este
conflicto y sus derivaciones perturbadoras en la región oriental de la “Siempre
fiel Isla de Cuba”, propició el traslado de capitales y personal técnico hacia
nuestro país, tras oportunidades.
Los
alrededores de Santo Domingo, Puerto Plata y Azua, escenificarían los primeros
emplazamientos de ingenios modernos.
Pero
sería la “Gran Llanura del Este”, con la instalación de un conjunto de unidades
industriales en San Pedro de Macorís, el factor que convertiría a esta
aldea en un cosmopolita sugar town.
Cruzadas
sus calles por líneas férreas que conectaban el puerto con los ingenios. Dotado
de grandes almacenes, manufacturas livianas, barrios étnicos, iglesias variopintas,
logias, gremios de oficios, sociedades mutualistas y culturales.
Cubanos,
boricuas, españoles, sirios, libaneses, norteamericanos, alemanes, italianos,
súbditos de las Antillas Menores y más luego haitianos, se confundirían con el
elemento local para fraguar el crisol multiétnico de Macorís del Mar, al cual
le cantarían Domínguez Charro, Pedro Mir, Víctor Villegas y Norberto James.
San Pedro de Macorís en el año 1910.
A partir de 1910, bajo la impronta de la South Porto Rico Sugar Company antes instalada en Guánica Central en la Isla del Encanto, se iniciaría la transformación productiva, en infraestructura y en el plano sociocultural de La Romana, con los trabajos de habilitación de los campos de caña del Central Romana que ya en sus primeras moliendas (1918/19, 19/20) desbancaría al ingenio Consuelo del liderazgo azucarero nacional.
Puerto Rico -gerentes, técnicos, personal administrativo, obreros calificados- se vaciaría demográficamente en La Romana trasladando su know how a este espacio virgen.
Hasta la policía de San Juan, con el capitán Morales al
frente, transfundió sus efectivos armados para conformar el cuerpo de guardas
campestres. Desde entonces, La Romana sería un polo de atracción que no ha
cesado de crecer.
Tan
temprano como 1884, nuestra industria azucarera sufrió los efectos de
la crisis de precios provocada por la expansión de los azúcares de remolacha
europeos y el sistema de subsidios o bonificación a sus exportaciones fijado
por los estados productores.
Lo cual,
junto a la quiebra y cierre de unidades en operación, obligó a los ingenios
sobrevivientes a su modernización tecnológica y a la contracción del salario real.
Provocando
el retraimiento progresivo de la mano de obra local y la importación de
braceros para la zafra, tanto de las Antillas Menores como de Puerto Rico.
Parque
central de San Pedro de Macorís (1915)
Ya en los
inicios del siglo XX, la zafra dependía de la llegada masiva a San Pedro
de Macorís de la llamada inmigración “golondrina” que llegaba en
“balandros plagados de calamidades”, como reseñaba la prensa local.
Una parte
de la cual se fue residenciando en el país, formando familias, iglesias,
escuelitas, sociedades mutualistas, bandas de música y removiendo prejuicios,
al evidenciar sus niveles superiores de calificación, disciplina, sentido del
orden y valores familiares.
Los
cocolos, en especial súbditos de posesiones inglesas caribeñas dominaban la
lengua en ingenios, angloparlantes, lo cual facilitaba la intelección de
manuales técnicos operativos de rodillos de molienda, salas de purga, tachos y
centrífugas de fabricación, máquinas locomotoras, laboratorios, interlocución
con la plantilla gerencial de origen anglo.
Eran, cristianos
no católicos, compartiendo credo con los blancos equivalentes de la plantación.
Cocolos fueron
ganando prestigio en la comunidad.
Su sentido de cumplimiento en el trabajo, la autoestima en la vestimenta
-pobre pero limpia e impecablemente planchada-, la lectura de la
Palabra que requería alfabetización, el carácter asociativo (iglesia, logia,
asociaciones mutualistas, culturales y musicales, deportes), la valoración de
la labor magisterial en escuelitas y clases a domicilio, en especial en
enseñanza del inglés, fueron sellos distintivos de un ethos que les
generó respetabilidad y reconocimiento.
La Ocupación Militar Americana (1916-24) será coincidente con una expansión de la producción azucarera y el surgimiento de nuevas unidades gigantes como el Central Romana y el Central Barahona, atraídos los empresarios por la demanda generada durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) que afectó los campos remolacheros europeos y tumbó la oferta de esos edulcorantes, incluyendo los dos primeros años de postguerra. Fueron los años locos de la llamada Danza de los Millones que convirtió a Macorís en un polo de atracción y extravagancias.
Tras la
subida de precios del azúcar sobrevino la caída de estos en noviembre
de 1920 y la llamada mini depresión 1920-21 en Estados Unidos, que llevó a la
ruina a dueños de ingenios, colonos, bodegueros, endeudados bajo el auge de la
Danza. Y a la formación de grandes corporaciones multinacionales con
operaciones en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana con base en NYC,
vinculadas al capital financiero y a los refinadores del Sugar Trust.
Durante
la Ocupación Americana a ambos lados de la isla y a modo de triangulación el
flujo de braceros haitianos se viabilizó, tanto para su empleo en la zafra
cañera como para nutrir las brigadas de peones del Departamento de Obras
Públicas, que emprendió la construcción de carreteras, puentes y edificaciones,
como lo revelan los permisos otorgados a los ingenios y al propio ente oficial,
así como el registro de esos nacionales por el Censo de Población de 1920.
De este
modo, a la presencia de los trabajadores cocolos en el corte de la caña, en las
líneas de transporte y factoría, se sumaría en el corte el componente haitiano.
Convirtiéndose ya en la década del 20 en un factor que permitiría a la
plantación azucarera reajustar a la baja sus costes laborales, con el empleo
incremental de esta nueva mano de obra, debilitando la capacidad negociadora
alcanzada por los cocolos y desplazándolos progresivamente en la zafra.
Sorteando
así, junto a una mayor integración vertical del negocio, los ciclos depresivos
característicos, agravados por demás por la imposición de barreras
arancelarias. Que afectarían a los azúcares dominicanos, forzándolos a venderse
en el lejano Reino Unido, en lugar del cercano Estados Unidos que privilegiaba
a los dulces cubanos y borincanos.
Garveyismo
y Racismo en el Caribe: el caso de la población cocola en la República
Dominicana, de Humberto García Muñiz y Jorge L. Giovannetti, publicado
recientemente por el Instituto Nacional de Migración y prologado por este
columnista, nos ofrece una estimulante aproximación más que exploratoria de una
dimensión poco estudiada de la fructífera presencia cocola en nuestro país. Al
abordar su dinámica participación en una multiplicidad de organizaciones
religiosas, mutualistas, sindicales, de odd fellows, culturales y
deportivas.
Centrada
la obra en la formación y vicisitudes de la mítica Black Star Line -como
popularmente quedó registrada en la memoria local la Universal Negro
Improvement Association y la African Communities League (UNIA-ACL). Nombre casi
mágico que escuché por vez primera en los bancos del parque central de Macorís
en los 70 del siglo pasado, de labios de Juan Niemen. Un sindicalista y
periodista colaborador de Mauricio Báez en la Federación Local del Trabajo y en
su órgano de prensa El Federado. Fuente testimonial empleada por los
autores.
Llevado
primero de la mano de los petromacorisanos Rafael Kasse Acta y Guillermo
Vallenilla, y luego en incursiones con Justino José del Orbe junto a mi colega
Walter Cordero, en ocasiones con la antropóloga norteamericana Patricia Pessar,
a veces con el artista Nadal Walcot, me acerqué hace casi medio siglo al
estudio de esta comunidad multiétnica azucarera y portuaria.
Acogido
generoso por los Hazim, Musa, Alan, Acta, Fadul, Antún, Zaglul, Gual, Pires,
Serrat, Iglesias, Armenteros, Jarvis.
Estas
indagaciones darían origen a la monografía La inmigración de
braceros azucareros en la República Dominicana, 1900-1930, publicada en 1978
por el Centro Dominicano de Investigaciones Antropológicas (CENDIA), de la
UASD, dirigido por mi caro Marcio Veloz Maggiolo.
En
aquellos días, la mención de la Black Star Line y de Marcus Garvey
obraba como disparador entre los viejos petromacorisanos. Garvey (Jamaica
1887-Reino Unido 1940) fue un activista, ideólogo e impresor jamaiquino
afrodescendiente que derivó en leyenda al fundar en Kingston (1914) y NYC
(1917) la UNIA, una organización panafricanista favorable al progreso
socioeconómico de los afrodescendientes, que preconizaba la unificación de la
diáspora y también la descolonización de África.
Creó en
el corazón de Harlem el semanario Negro World (1918-33), la Negro
Factory Corporation (tiendas de provisiones, restaurantes, lavandería,
sastrería, fábricas de sombreros y muñecas e imprenta) y la naviera Black
Star Line, alcanzando una enorme matrícula de seguidores en los años 20.
Instaló
los llamados Liberty Halls para sus veladas, en Harlem para 6 mil, en
ciudades de EE. UU., Canadá, Costa Rica, Panamá, Belice, las Antillas.
Incluida San Pedro de Macorís.
En 1920
UNIA operaba en 40 países en el América, África, India y Australia y realizaba
su convención en el Madison Square Garden con 20 mil asistentes, proclamando
los Derechos de la Gente Negra del Mundo.
Nacía la
leyenda.
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