Benito Confesor Acosta
Por: Luís Amílkar Gómez
Foto original: Doctor José Andres-Nito- Leclerc.
Lustración: Hipólito Peralta
Me dicen que el joven Ruperto Torres tiene mucho talento.
Que es uno de los que mejores se expresa en Sabaneta.
Que es presentador de televisión. Que tiene un "máster" en maestría de ceremonias.
Que es un declamador de los más finos que se hayan escuchado en nuestro pueblo jamás.
Que canta muy bien y que es una persona muy bien instruida.
Que es uno de los que mejores se expresa en Sabaneta.
Que es presentador de televisión. Que tiene un "máster" en maestría de ceremonias.
Que es un declamador de los más finos que se hayan escuchado en nuestro pueblo jamás.
Que canta muy bien y que es una persona muy bien instruida.
Definitivamente, hay cosas que se heredan. Los genes no mienten.
Hace muchos años, cuando era apenas un niño en la Sabaneta romántica, conocí a un señor que tenía y derrochaba todo ese talento que hoy tiene Ruperto.
Recuerdo que estando en su casa, ubicada en ese tiempo, entre las casas de Doña Tilde y Doña Chicha en mi inolvidable barrio de Bolsillo, entretenía a un grupo de amigos con canciones, poesías y chistes celebrando el nacimiento de uno de sus hijos.
No estoy seguro que fuese el de Ruperto.
Ese caballero respondía al nombre de Benito Confesor Acosta, padre de Ruperto y gran amigo de mi padre.
Don Confesor no tuvo la suerte de su hijo de recibir una educación superior.
Desde muy joven tuvo que aprender el oficio de zapatero para ayudar económicamente a sus padres.
Su juventud pasó entre juergas, parrandas y trabajo en su barrio y en Los Pepines.
Ignoro como llega a Sabaneta, lo cierto es que crea una familia con Doña Altagracia Torres, hija de Doña Clemen y hermana de Antonia, Graciela y El Mello, quien era una conocida enfermera en el poblado.
Los Torres eran oriundos de la sección Los Cercadillos.
Cuando tenía 14 años de edad, comienzo a trabajar con la Banda de Música Municipal, donde tocaba Don Confesor.
Aclaro que yo no era músico.
Mi trabajo era cargar las sillas y los astriles así como avisar sobre los ensayos y funciones especiales.
Mi sueldo era de 15 pesos mensuales.
Tanto así, que cuando los otros músicos me ofrecían un trago, yo lo miraba y él me ordenaba moviendo la cabeza.
El era autodidacta y me inculcó la lectura a través del único libro accesible a los pobres de Sabaneta en esos tiempos: las novelitas de vaqueros.
A él le encantaban sobre todo las que escribía Marcial La fuente Estefanía y Silver Kane.
Era dueño de una inteligencia natural y su nivel de comprensión de la lectura era tan alto, que no se correspondía con el bajo nivel de escolaridad que recibió en su vida.
Tenía una humilde zapatería ubicada en el callejón formado entre las tiendas de Antonio Carrasco y Tim Paulino.
Don Confesor fué el alma de la Banda Municipal de Música por mucho tiempo.
El tocaba el redoblante, cantaba vals, boleros, merengues y era quien creaba todas las situaciones jocosas para ese grupo de hombres.
Su interpretación de Nieblas del Riachuelo es inolvidable.
No hace mucho en un trabajo publicado sobre los músicos de Sabaneta, el amigo y gran periodísta Marcelo Peralta se refirió a Confesor Torres.
Espero que con este escrito se corrija lo de su nombre.
En una ocasión, un hermano suyo vino de Santiago ofreciéndole una mejor vida y el amablemente le dijo que él había llegado a este pueblo para
No puedo evitar ver en Ruperto, una versión mejorada del viejo Confe. quedarse.
Una diabetes sumamente agresiva acabó con su vida no sin antes sufrir varias mutilaciones.
Murió prácticamente olvidado por todos en su humilde casucha en las inmediaciones de Bolsillo.
Cuando oigo hablar del talento de Ruperto, me viene a mi mente la presencia del amigo y del maestro.
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