Mi vida entre dos monstruos (20): "Misión Cumplida".
Por Luis Amílkar Gómez
El primer semestre del año académico 1981-1982 fue dedicado a las materias que marcaban la culminación de mi Carrera.
Al final de diciembre del 1981 ya había cumplido con todo el programa de estudio de la Ingeniería de minas y solo faltaba el proyecto de diploma que sería en el semestre final.
El profesor Kashpar hace la introducción.
Antes de terminar ese año tomé el examen oficial para ser traductor ruso-español, aprobado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, el cual pasé exitosamente.
Asimismo, tomé un curso de 72 horas de estudio sobre métodos de enseñanza del idioma ruso como segundo idioma lo que me acreditó el título de "Maestro en esa Lengua".
Todo eso estaba avalado por 1,426 horas de estudios en el idioma de Pushkin, que tomé durante mis seis años en la universidad.
Uno nunca sabe de qué va a vivír.
El tema de mi disertación final fué "Selección de Métodos de trabajo y forma de abrír un yacimiento de hierro, basado en un análisis geométrico del campo minero de Krivoy Rog".
Fueron largas horas, las dedicadas a estudiar la manera de presentar los objetivos que se perseguían con mi trabajo de investigación.
Innumerables citas de trabajo fueron llevadas a cabo con mi Asesor, el profesor "Dalgúshin", para plasmar mi trabajo tanto en forma teórica, había que preparar un libro, como en forma gráfica.
Junto a algunos de los compañeros que presentamos ese dia nuestro proyecto.
Veinte planchas de dibujo fueron hechas por mí, pero al final, decidimos que se presentaran solamente doce al jurado examinador.
El profesor Panin, jefe de la Cátedra de Minería en la Patricio Lumumba.
Todo ese trabajo tenía que estar perfecto, ya que el profesor Dalgúshin era sumamente exigente y me hízo rehacer muchas de las propuestas que le presentaba.
Parte del panel antes de la presentación.
Cada parte del proyecto tenía su fecha para ser cumplida, por lo que a veces, tenía que amanecer laborando en la mesa de diseño que tenía instalada en mi habitación.
Certificado de maestro de ruso.
Así sin dormír, viajaba a la facultad, ya que mis citas con él siempre eran temprano en la mañana.
Diploma de ingeniero minero.
La tensión crecía de acuerdo a como se acercaba la hora de mi exposición ante el "Comité de Especialístas".
A principios de Mayo, nos citaron a todos en la Cátedra de Minería, para informarnos del orden en que nos presentaríamos frente al Jurado.
Me tocó en el grupo del primer día y era el único extranjero, ya que mis otros cinco compañeros eran rusos.
Como tenía la opción de cambiar de fecha, algunos compañeros me aconsejaron intercambiar el día, ya que por cuestión del idioma, mi presentación podía lucír de menor calidad que mis contrapartes soviéticos.
Yo me negué a cambiar el tiempo para el que estaba señalado por dos razones: Primero, ya quería terminar con todos esos días de presión, y Segundo, confiaba mucho en que tenía un buen proyecto en mis manos.
El día fue el 6 de Junio. Los seis estudiantes que presentaríamos, estábamos impecablemente vestidos, todos con trajes formales y lístos para cumplír con nuestro último requerimiento.
La pequeña sala estaba repleta de estudiantes de Ingeniería, que escucharían a los expositores, como un anticipo de lo que sería su futura presentación.
Del grupo, yo era el que al nacer tenía las más remotas posibilidades de terminar una universidad, debido a las condiciones socio-económicas en que vine al mundo.
Fue un largo camino el que recorrí, desde mi pueblito de San Ignacio de Sabaneta, en la apartada Región Noroeste de República Dominicana, hasta Moscú, una de las grandes metrópolis del mundo.
Pero ahí estaba entre cinco rusos, de tú a tú, preparado para demostrar que cuando se lucha con tesón, se puede lograr cualquier meta, no importa cuán elevada ésta sea.
Los grados que se darían a los proyectos eran: 5 (excelente), 4 (bueno), 3 (satisfactorio) y 2 (insatisfactorio). La única nota con que no era aprobado el diploma era con un 2.
Me tocó ser el cuarto en el orden de exposición. Estaba un poco ansioso, pero había trabajado muy duro para sentír debilidades en el momento más importante de mi vida.
Por media hora estuve explicando parte por parte mi trabajo y me cuidé mucho de que la ponencia siguiera una secuencia lógica, de tal manera, que cualquier persona en el público pudiera entender lo que se pretendía.
Los seis profesores en el panel estaban atento a cada palabra y los señalamientos que yo hacía las planchas dibujadas.
Los conocía a todos. Cada uno de ellos había sido mi profesor. Sabía que no se le podía meter "gato por liebre", y que terminada mi participación, vendría un cuestionamiento minucioso de todo lo que yo dijera.
Terminada mi narración, se iniciaron las preguntas. El primero fue el profesor Panin, quien se paró de su asiento y con una regla en mano se acercó a los dibujos.
En uno de ellos se detuvo y midió cuidadosamente. Tomó la misma medida por segunda vez y, al final, hízo un movimiento aprobatorio con su cabeza y fue a sentarse sin decír una palabra.
Luego, las demás preguntas las contesté proficientemente, ya que se referían a aspectos técnicos del proyecto, que yo tenía bien claro.
Después de responder a unas ocho interrogantes del grupo de académicos, el moderador dió por terminada mi exhibición y fuí mandado a sentar para que ellos decidieran mi calificación.
Deliberaron por unos minutos que parecieron eternos.
Presentía que estaba entre 4 ó 5, pero no estaba completamente seguro.
El profesor Kashpar, quien era el Maestro de Ceremonia, anunció mi evaluación final: Excelente.
Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo al escuchar la valoración del Jurado y no pude evitar que un par de "lágrimas asomaran por mis ojos".
"Lágrimas por mi familia que no podía estar presente en un momento tan crucial".
"Lágrimas por mi país que no se enteraba que lejos de la Patria", "la solidaridad del pueblo soviético", había hecho posible que uno de sus hijos obtuviera un grado académico importante.
"Lágrimas por seis años de mucho trabajo, mucho estudio, mucho frío y una lucha sin tregua hasta lograr el objetivo buscado".
"Lágrimas por Manolo, quien quedó en el camino".
"Lágrimas por María, quien casi lo logra a no ser por esa terrible enfermedad".
!Quiero expresar desde esta tribuna, mi eterno agradecimiento al pueblo ruso, por un acto solidario que jamás ha podido ser igualado por ningún otro país!.
"Pagarnos a nosotros 90 rublos solamente para que estudiáramos, mientras sus ingenieros tenían sueldos de 70, fue un sacrificio que mucha gente jamás entendería".
"Este es mi último artículo de esta serie y agradezco a todas las personas que me acompañaron durante estos 20 episodios".
"Especialmente a Papanín de SabanetaSR.com en San Ignacio de Sabaneta, a Marcelo Peralta de globaldigitaldigital.com en Santiago y a Francisco Cruz de dorenex.org en Nueva York por publicarlos".
Asimismo, a mis amigos el doctor Ramón Antonio –Negro-Veras, quien me inspiraba con sus "empujoncitos" semanales, y al licenciado Rafael Emilio Yunén, gran intelectual santiaguero, quien con su valoración de estos artículos me hízo sentír "importante".
También a mis amigos y familiares que no se los perdían en mi página de Facebook.
Hasta pronto.
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