Por relaciones rentables, sostenibles y humanizantes
Por Néstor Estévez
El
bienestar y la felicidad son muy válidas y generalizadas aspiraciones humanas.
Aunque
existan corrientes de pensamiento y enfoques filosóficos al respecto, la
generalidad de las personas orientamos nuestras acciones hacia el bienestar y
la felicidad. Si a eso sumamos el modelo de vida que mayoritariamente rige en
el mundo actual, ambas categorías quedarán remitidas a lo que asumimos como
“desarrollo”.
Pero eso
no siempre ha sido así. Una breve mirada histórica sirve de ayuda para
entenderlo. Recordemos que, durante la primera mitad del siglo XX, los ojos del
mundo estuvieron muy puestos en Europa. Allí ocurrieron dos guerras mundiales
provocadas por los desacuerdos en torno a quién lograba y mantenía la hegemonía
en el planeta.
Para ese
tiempo, América Latina acababa de completar un proceso en el que se cortaba su
dependencia de los países europeos que se habían distribuido el dominio de los
territorios ubicados entre los océanos Atlántico y Pacífico. Los últimos casos
incluyeron a Cuba, Filipinas y Puerto Rico, al finalizar el siglo XIX e iniciar
el XX.
Eso
explica que en América Latina no se tuviera como prioridad eso que algunos años
después se denominaría “desarrollo”. Fue al concluir la Segunda Guerra Mundial
cuando comienza a plantearse la idea de “países desarrollados” y “países
subdesarrollados”.
De hecho,
una de las acepciones sobre desarrollo que ofrece la Real Academia Española de
la Lengua es: “Evolución de una economía hacia mejores niveles de vida”. Sin
embargo, aun asumiendo ese significado, nos encontraremos con diversas
corrientes que matizan el término en función de las concepciones filosóficas
que le sirvan como soporte.
Algunos
tratadistas ubican cuatro corrientes fundamentales en este ámbito: una de ellas
está referida al estudio evolutivo; otra, a las necesidades humanas; una
tercera se coloca por encima de las organizaciones, las estadísticas y los
datos de la calidad de vida de las personas a las cuales se refiere; y una
cuarta “considera el desarrollo como algo más integral, que incluye el estudio
de condiciones individuales, las sociales y políticas”, a lo que se puede
agregar “las condiciones de contexto en las cuales se viabiliza la existencia
de los seres humanos”. A esta última se le conoce como “Perspectiva
Alternativa”.
Algunos
enfoques y aportes que resultan de gran valor proceden del entorno
iberoamericano. En ese sentido es destacable el planteamiento de la
investigadora Luisa Rodríguez, en su trabajo titulado: La influencia de la
ciencia y la tecnología dentro de los procesos claves para alcanzar el
desarrollo sostenible de la localidad. Entre otros matices, es destacable que esta
estudiosa se empeña en relacionar el desarrollo con el territorio.
Rodríguez
define el desarrollo local como “el proceso de organización del futuro de un
territorio, y resulta del esfuerzo de concertación y planificación emprendido
por el conjunto de actores locales, con el fin de valorizar los recursos
humanos y materiales de un territorio dado, manteniendo una negociación o
diálogo con los centros de decisión económicos, sociales y políticos en donde
se integran y de los que dependen”.
Visto
así, aspectos como la visión, la participación activa, el ser humano como
centro, y el consenso, se vuelven determinantes a la hora de emprender
cualquier acción que persiga real desarrollo en cualquier demarcación.
Visto
así, lo más pertinente y sabio sería aprovechar este tiempo de cambios que nos
ha correspondido vivir para generar las transformaciones que la propia realidad
“pide a gritos”, muchas veces con métodos y medios muy crueles, de cara a
humanizar las relaciones que norman la vida en sociedad.
Visto así,
cuando los denominados “líderes hegemónicos” han demostrado enorme incapacidad
para el entendimiento, debe haber llegado el tiempo para que personas como tú y
como yo, simples mortales, nos inscribamos en la perspectiva de cultivar
relaciones rentables, sostenibles y humanizantes.
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