El miedo



Por Marcelo Peralta
mperiodista1958@hotmail.com
SANTIAGO RODRIGUEZ, R. D.- El miedo de ha convertido en tema imperante en un poder en el interior corazón humano en nuestro país.
La delincuencia ha llenado a las personas de miedo.
Tenemos miedo ante la inseguridad, la destrucción, pérdida del sentido de la vida, el fracaso, la enfermedad, el abandono, la muerte, la culpa, la vejez, el dolor, las grandes urgencias y talvés ante Dios.
Parece que ante la situación prevaleciente no podemos hallar solución a la seguridad y al cobijamiento.
A menudo hablo con persona que dice que el miedo es más grande que la confianza.
Parece que el miedo es un síntoma de esta época.
Muchos vivimos en medio de un terremoto espiritual enorme.
Miedo a ser asaltado, despojado de las cosas de valor que lleva consigo y en muchos casos pierde la vida.
Muchas personas no pueden andar por las calles debido a los obstáculos en las aceras, lo que les infunde miedo.
No sabemos lo que nos depara el porvenir.
Nos metemos en una total inseguridad ante el presente y el porvenir.
Por todas partes hay angustias e intranquilidad.
La gente ha experimentado la coacción y el miedo paralizante.
Recuerdo que mi niñez transcurrió con la gran familia, primero en Las Espinas y luuego en el barrio Bolsillo.
Esa época imperaba el respeto.
Cualquier persona adulta podía corregir a los muchachos.
La casa paterna y materna me ofreció el mejor cobijamiento.
Ahí estaba la pieza del juego en armonía.
La casa era cálida y espaciosa en la cual padre y madre cantaban y hacían cuentos a sus hijos.
Todas las noches había que rezar en la casa.
Nuestros padres cultivaban la alegría.
Se cantaba en las largas noches de luna en los espaciosos patios.
Los dٳas de la Semana Santa eran sagrados.
La leña para preparar los alimentos debía estar en la casa la tarde del miércoles.
A partir de las 12 del medio del Jueves Santo había que caminar en las puntas de los dedos de los pies.
El Viernes Santo había que levantarse temprano para bañarse sin hablar coger agua del río que era bendita.
Si hablaba antes de tirarte agua, no podía hacerlo porque la creencia era que Dios te castigaba.
Si se bañada después de hablar le hacían que el cuerpo se le volvía mitad gente y mitad pez.
La creencia era que si un hombre y una mujer hacían sexo el Viernes Santo se quedaban pegados.
Ante el temor a ofender a Dios, llevaba a la juventud a cavilar con angustia en su interior.
La juventud era valiosa, dispuesta, resposanble, respetuosa, estudiosa y temerosa a ofender a Dios y a las personas adultas.
Era una juventud abierta a los valores espirituales, asistencia puntual y masiva al catecismo, a la transparencia, honestidad, a la firmeza de carácter y a otras modalidades.
Esta juventud ofrecía su propia vida como holocausto.
Irradiaba solidaridad, entrega sin límite, seguridad, confianza y se les abrٕٕían las puertas de las casas a las personas hasta sin conocerlas.
Hoy día debido a la desconfianza los de mayor edad, tenemos que vivir enjaulados como aves prisoneras.
Ayer la juventud era hija de la providencia revestida de los pies a la cabeza.
Esta gran seguridad en la juventud no era abstracta, sino que confirmaba la adhesión de la vida de cada uno, (aunque todos no eran santos).
Pero hoy, la falta de fe y la poca confianza ha convertido a muchos de nuestros jóvenes en la gran enfermedad.
Por las calles de nuestro país se observan decenas de jóvenes convertidos en guiñapos por efectos de las drogas.
Hijos que matan a sus padres.
Otros, se pudren y pulgan condenas en cárceles por diversos delitos, matando lentamente los corazones de sus padres, madres y demás familiares.    


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