Mi vida entre dos monstruos (10): rigor académico y las peligrosas minas de carbón

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Por:  Luis Amílkar Gómez.
El nivel de exigencia de las instituciones académicas en la antigua Unión Soviética era sumamente alto.
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Los centros educativos estaban dotados de múltiples laboratorios, equipados con gran tecnología y un personal docente de primera clase.
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Recuerdo que en la Universidad Patricio Lumumba laboraba como profesor un físico que obtuvo el título de Héroe de la Unión Soviética, ya que participó en los cálculos que condujeron a la fabricación de la bomba de hidrógeno.

El gesto de usar uno de sus mejores científicos, en una universidad donde se preparaban cuadros profesionales extranjeros, nos habla del compromiso del gobierno soviético en formar técnicos altamente capacitados para los países del tercer mundo.

Un hecho solidario que no tiene comparación 
¿Cómo se celebra en Rusia el inicio del curso escolar?
Para que se tenga una idea cual era el nivel de exigencia les doy un ejemplo.

Al final del semestre había que rendir exámenes en cada materia. Pero no eran pruebas convencionales.

Al entrar al salón, el profesor daba al estudiante un papel o boleta con tres preguntas.  El discípulo se sentaba a desarrollar las preguntas y esa era la base para iniciar el gran intercambio.
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El estudiante se sentaba frente al profesor y después de explicarlas preguntas iníciales, el docente comenzaba a un cuestionamiento de todo el material cubierto durante el semestre.

El examen básicamente era oral e incluía demostraciones de fórmulas con las correspondientes explicaciones de todas las variables.
Todo era cara a cara. De tú a tú.  Nada de “chivos”, ni fraudes, ni fijaderas, ni trucos.
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Realmente, para pasar una de esas pruebas había que saberlo todo. Había que estudiar. Había que prepararse.

Habían cuatro notas:  5 (excelente), 4 (bien), 3 (satisfactorio) y 2 (insatisfactorio).
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Un insatisfactorio era cuando el profesor te enviaba a la casa a prepararte nuevamente y regresar a una fecha acordada.

No había lugar para la mediocridad estudiantil.
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El año académico 1978-79 fue intenso y no había lugar ni tiempo que no fuera para los estudios. 

El menú incluía cursos especializados en minas subterráneas con el Dr. Panin, un profesor emérito y una autoridad en la materia, el uso de sustancias explosivas en minería con el profesor Raskin, construcción de túneles y prospección  geológica.
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Teníamos un fin de semana largo en noviembre por el aniversario de la Revolución de Octubre y fui invitado a Kishinev por Natasha para pasar ese tiempo juntos.

Habían muchas restricciones para reservar una habitación en un hotel, por lo que Natasha se las arregló para rentar un cuarto en un apartamento privado.
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Volé a Kishinev y, mientras en la Plaza Roja de Moscú se llevaba a cabo el regio y tradicional desfile militar, nosotros visitábamos museos y lugares de interés en la República Socialista Soviética de Moldavia.
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La segunda noche disfrutamos de la exquisitez del Ballet Folclórico de Molvavia en el teatro principal de la ciudad, cuyos bailes eran conocidos y apreciados en gran parte del mundo civilizado.

Acordamos encontrarnos en Moscú en enero, durante las vacaciones de invierno.
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Regresé a la capital soviética con renovada energía y me esperaba uno de los inviernos más crudos que hubo en Rusia en su historia moderna.

Recuerdo que el 31 de diciembre de 1978, estaba estudiando para un examen final que tendría el 2 de enero del 1979 y le temperatura afuera era de -45° C.
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En ese tiempo compartía cuarto con Valodia (ruso) y Paku Butandu (República Popular del Congo), pero Paku se había casado y se mudó junto a su esposa en apartamentosdestinados a parejas.

Valodia salió con varios amigos a celebrar la llegada del nuevo año, por lo que me encontraba solo en el cuarto con unas tres frazadas encima, ya que el sistema de calefacción no era suficiente.

Tengo que puntualizar que la última noche del año, era la única vez que se podía amanecer en los lugares de diversión de Moscú y el sistema de transporte laboraba las 24 horas.

Valodia llegó de la calle con sus amigos a las 11:00 de la noche y me invitaron a la fiesta en el club de la universidad. Les dije que el frío era muy peligroso esa noche y Valodia me aseguró que resolvía eso en dos minutos.

Sacó de su closet una botella de samagón, que era una bebida alcohólica ilegal rusa como es el clerén en dominicana, me sirvió medio vaso y me puso una botella de cerveza al lado.

Siguiendo sus indicaciones, me lo tomé sin respirar y sentí como que un río de lava bajaba lentamente calcinando mi pecho en dirección al estómago, inmediatamente él puso la botella de cerveza en mi mano derecha y bebí un sorbo sintiendo un fresco alivio.

No pasó ni un minuto cuando el calor que sentía era tan grande que me deshice de las frazadas y, entre risas y algarabías, nos fuimos juntos a la fiesta.

Terminamos los exámenes en la primera semana de enero, llegaron las vacaciones y con ellas la visita anunciada de Natasha.

Ya me consideraba un experto en Moscú y la llevé a mis lugares favoritos, así como a los sitios que ella quería visitar.

La relación marchaba viento en popa.

El semestre de la primavera pasó rápidamente y al llegar el verano nos preparamos para las prácticas de la carrera.

Esta vez, mi grupo fue enviado a la ciudad de Donetsk en Ucrania, lugar donde actualmente existe un conflicto bélico entre fuerzas pro-rusas y el gobierno ucraniano.

Donetsk, en ese entonces, era una ciudad limpia, ordenada y próspera, pero debajo de todos sus edificios, estaban localizadas las minas de carbón bajo tierra más grandes del mundo.

Nos tocó trabajar en una de ellas.  Estaba ubicada a unos 2 mil metros bajo tierra, casi dos kilómetros de profundidad.

Nada en el mundo es más oscuro que un pasillo de una mina.  Se bajaba en elevadores desde la superficie y pasábamos por diferentes niveles como si fuera un edificio.

Las minas subterráneas son una especie de ciudad. En los túneles se mueven trabajadores, supervisores, trenes cargados del mineral y las únicas luces son las que lleva cada quien en el casco protector.

En el medio del túnel están instalados los rieles de los trenes, cuyos vagones son mucho más pequeños que los ferrocariles de la superficie.

En uno de los lados, hay un canal por donde corre el agua subterránea hacia su depósito general.  Al otro lado, hay una especie de camino que es por donde los trabajadores nos movíamos.

Las brigadas eran mixtas, es decir, formadas por mineros con experiencia y estudiantes de la carrera.

Las labores comenzaban desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde (seis horas).  Cuando salíamos a la superficie lo único blanco eran los dientes y los ojos, las demás partes del cuerpo estaban tiznadas de negro.

Por seis horas no veíamos la luz del día.

Las minas de carbón producen una atmósfera altamente contaminante y explosiva por la gran cantidad de gases que se encuentran absorbidos en el mineral.

Entre los gases está el metano, monóxido de carbono, bióxido de carbono, nitrógeno y, en algunos casos, etano en grandes cantidades.

Cualquier chispa que surja de los rieles de los trenes o del sistema eléctrico, puede ocasionar una explosión.

Por esto, las minas tienen que ser completa y permanentemente ventiladas para evitar que las concentraciones de estos elementos, provoquen envenenamientos o explosiones.

La temperatura bajo tierra aumenta proporcionalmente con la profundidad, por lo que para vencer el calor se usan unos ventiladores gigantes que soplan aire fresco a través de los túneles.

Hay una brigada de hombres y mujeres, cuya única misión en la mina, es la de medir el contenido de esos gases en el aire, para prevenir desastres.

A nadie se le garantiza la vida en una mina de carbón.

Por eso, cada vez que salíamos a la superficie, la administración de la mina ofrecía un brindis de un vaso de vodka a todos los que regresábamos.

Cada año en minas de carbón del mundo, mueren centenares de trabajadores, sepultados en sus lugares de trabajo.

Creo que nuestra juventud nos impidió entender, plenamente, el nivel de peligro en que estuvimos durante ese verano del 1979.

Ah, además de servir como práctica para nuestra profesión, también se nos recompensó por la labor prestada.


Continuará…

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