El Cucú versus el Colita Blanca
Pedro Carreras Aguilera.
Por Pedro Carreras Aguilera.
Pedro Carreras Aguilera.
Educador.
Escritor.
Poeta.
Reside en Tenares.
La gallera se constituyó en una
institución desde los tiempos coloniales, pues no solo era el sitio de las
apuestas sino que también arrastraba otros esparcimientos como tragos, bailes,
compadreos, negocios y amoríos.
El país contaba con importantes coliseos
gallísticos, uno de ellos lo era la renombrada gallera del Cruce de Guayacanes.
Era un establecimiento completo con área de baile, cantina, y por supuesto,
espacio para las contiendas. Por demás, allí abundaban mujeres libertinas,
perico ripiado, chivo picante, chicharrones, puerco asado, y otras tantas
exquisiteces. Se hizo muy habitual que galleros de Santiago se desplazaran
hasta Guayacanes con sus mejores ejemplares para tratar de “pelar” a
los locales, pero no pocas veces eran ellos, los salían trasquilados. Eso dio
pábulo a cierta rivalidad entre visitantes y locales, que en el caso de los
santiagueros tenían como blanco al dueño del reputado sitio de jugada que
además poseía una de las mejores trabas del Noroeste: Pedro Chávez Calderón.
Ñico Lora alude a esa rivalidad:
De Santiago los
galleros
bajaron a
Guayacanes
llevaron gallos
muy buenos
para pelearlos
con los de Chávez…
Además de lo atractivo del lugar, esa
competencia que cada día tomaba más cuerpo atraía a apostadores de diversos
poblados sin que faltaran los jugadores de Gurabito, donde además de buenos
galleros, según el pambiche:
Hay
muchas mujeres
y el
que no consigue
es
porque no quiere...
Era frecuente que mientras los jueces
pesaban, revisaban, tasaban y concertaban un desafío, en el salón de baile, un
acordeonista al compás de los fuelles de su instrumento aludiera las pugnas
gallísticas:
Se lo dije a mi compai
que no fuera a la gallera
con ese gallo sin topar
que se lo iban a matar.
Se lo dije y se lo dije:
No suelte ese gallo pelón
que cualquier quiquiriquí
le da un golpe de bolsón.
Se lo dije y se lo dije…
Todavía, a pesar de los años, los pueblos
linieros rememoran con cierto hálito de nostalgia la memorable disputa llevada
a cabo en dicho coliseo, a mediados de la primera mitad del siglo veinte entre
un gallo de Rafael Vidal y otro propiedad de Pedrito Chávez. El primero, uno de
los hombres de más prestigio social en el Noroeste, y el segundo, un hombre que
para entonces era del entorno de Trujillo.
Rafael Vidal era muy conocido en todo el
ámbito santiaguero. Fue uno de los asesores norteños de Trujillo en los años de
1927 y 1930; quien lo convenció al Brigadier de la perspectiva de la revolución
del 23 de febrero de 1930. Era gallero, mujeriego y adepto al perico ripiao.
Fue idea suya de que en la campaña de 1930, se tomara el merengue como
herramienta propagandística en lugar de la décima como era habitual para
entonces. El periodista santiaguero, como hombre del medio, intuía que el
acordeón ya se había adueñado del gusto rural, y barrial y por ende llegaba más
que la espinela a esos estratos sociales.
Era habitual en Vidal que todos los
domingos por la mañana darse una vueltecita por su gallera favorita para
apostar a los valientes alados y a disfrutar de su platillo favorito: carne
seca de chivo frita acompañada con casabe.
Para 1932, Vidal cayó en desgracia con el
dictado y fue designado ministro en Puerto Rico. Cuando venía al país no dejaba
de asistir a la famosa gallera. Un mal domingo, asistió con un renombrado
bípedo que había traído de Borinquen, con la idea de “pelar” a los
apostadores locales, y fortuitamente lo cazó con uno propiedad del dueño del
coliseo y en los primeros minutos del pleito el gallo de Vidal fue abatido.
Ante tan repentina derrota, el importante funcionario se marchó del lugar, no
sin antes advertir a su contendor que en quince días volvería con un buen
gallo.
Para ese gran desafío, Rafael Vidal
escogió su mejor ejemplar, un bizarro con un historial de diez peleas ganadas,
ninguna derrota, y casi todas sus victorias obtenidas en tiempo breve. El
nombre parecía preceder su fama: el Cucú. En cambio, Pedrito Chávez eligió lo
mejor de su traba: el Colita Blanca, famoso en todo el Noroeste. La noticia del
substancial desafío se regó en la región, lo que atrajo apostadores de diversos
poblados. El día del gran reto el lugar se abarrotó. Todo era un mar humano. En
la enramada un acordeón bramaba; en las afueras, se ofertaban chicharrones,
guanimos, tortas, panecicos y dulce envueltos en yagua.
A media mañana se apareció el retador
acompañado de un grupo de galleros, amigos y compañeros del destacado
periodista cibaeño. Mientras acordaban la pelea, una señora madura, que con una
batea en la cabeza se movía en los alrededores ofertando torta, panecico y
hojaldre, y que al parecer algo había oído decir de la fama del gallo
local, le voceó al significativo funcionario: Don Fello, no suelte su
gallo. Pero nadie le hizo caso a esa vieja mal oliente a manteca de puerco.
Próximo a soltar los titanes, volvió a advertirle: Don Fello, no suelte su gallo, que se lo matan. Empero, en medio de
la algarabía, la advertencia quedó nueva vez en el aire.
Después de acordar el monto de la posta,
llegó el momento de soltar los gladiadores. Asombrosamente, el ejemplar de
Chávez, en lugar de enfrentar a su contrincante, salió corriendo y el Cucú tras
él por darle alcance. Duraron varios minutos, dando vueltas uno tras el otro,
hasta que cada apostador dio al Colita Blanca por huido, y como es natural las
apuestas se ladearon a favor de Vidal. No obstante, en un inesperado
giro, el evasor apretó la marcha y cuando estaba bien despegado de su
contrario, se volteó y lo esperó, dándole un solo golpe. Rafael Vidal no podía
creer lo sucedido. Pagó el dinero perdido y se retiró para jamás volver a
dicha gallera.
Ñico Lora, que olió lo sucedido, y armado
de su prodigioso repentismo, compuso un contagioso merengue que sus primeros
versos hacían referencia al consejo que la dama dio al derrotado gallero:
No suelte su gallo
no lo suelte.
No suelte su gallo,
no lo suelte,
que se lo matan.
Eso daba pena
y gana de llorar
cuando el Colita Blanca
de Pedrito Chávez
le mató el Cucú/ de Fello
Vidal...
El tema caló en el gusto popular y
tomó un giro que su autor no se propuso. En las fiestas tenía que repetirlo una
y otra vez a petición del público. Tanto se silbó y se tarareó en caminos y
carreteras, que no parecía que aludía a la derrota de un gallo, sino más bien
al revés de un político. Pero además cobró vigencia en la soterrada oposición
al régimen, que lo interpretaban como una derrota del representante del
trujillismo en Santiago.
Vidal era un hombre espléndido, sobre todo
cuando se metía en fiesta y tragos. Llegado el momento de recolectar dinero
para los músicos, él era el primero y el que mayor aporte hacía. Los
acordeonistas sentían muchos afectos hacia él, por lo que algunos por hacerlo
sentir bien, no pocas veces tergiversaban el merengue anterior, dándole
la victoria al bípedo suyo. Una de esas versiones apócrifas, decía:
Fello Vidal tenía un gallo
como nadie lo tenía
se ganó al Colita Blanca
que tenía don Pedro Chávez.
Cuando el gallo cayó muerto
esa fue la gran porfía
que dijo don Pedro Chávez
está vivo todavía…
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