Apuntes sobre otra visita a mi tierra
Por: Luis Amílkar Gómez
Recientemente
estuve de visita en lo que queda de la República Dominicana.
Digo
lo que queda, porque cada vez más me doy cuenta, que me han estado robando el
país que dejé al cuido de mis compatriotas.
“Cada
vez hay más desigualdad”.
“Cada
vez hay más corrupción”.
“Cada
vez hay más asesinos a sueldo o de gratis”. “Cada vez hay más miedo en los
rostros de mi gente”. “Cada vez hay menos esperanza”.
“No se
puede confiar en nadie”.
“Ni en
el maldito gobierno,
“ni en
la policía”,
“ni en el vecino”,
“ni en
el amigo”,
“ni en la misma familia”.
Todos
creen que se lo merecen todo.
“Una
buena yipeta”,
“un
penthouse”,
“mucho
dinero para gastar”,
“un
buen whisky”,
“una
megadiva”, “y hasta una "segunda base".
Como
si fuera tan fácil batear un doble.
¡No te
metas por allí!.
¡Ten
cuidado si te paran!.
“Los
policías son los primeros asaltantes”.
Esas
eran de las advertencias de mis amigos y familiares.
En el
pasado, la única advertencia de mi madre era que no llegara muy tarde.
Del
Aeropuerto de Santo Domingo viajé a Punta Cana con mi familia en un vehículo
alquilado.
Me
cobraron por un día, lo que yo pagué en Florida por una semana.
Todo
eso con una actitud de sí "o lo tomas o lo dejas".
Los
trabajadores de esos negocios, parecen timadores, que no tienen el mínimo
entrenamiento para atender a visitantes del extranjero.
La carretera a Punta Cana es definitivamente una súper-vía.
Es de
primer orden en cualquier parte del mundo.
Con
una celosa vigilancia, que a todas luces es excesiva, ya que por allí casi no
transita nadie por lo caro de los peajes.
Conté
unas 13 camionetas de Obras Públicas en ese tramo carretero.
Su
función es de ayudar y proteger a cualquier conductor que sufra un percance en
lo que llega la grúa.
Además,
el servicio de remolcar el vehículo es completamente gratis.
La
zona turística de Punta Cana y Bávaro está fuera de serie.
Hoteles
de primera por doquier.
Un
amigo me lo había pintado de esta manera: no parece estar en Dominicana.
El
sector privado nacional y extranjero han invertido todo el dinero del mundo más
veinte pesos en ese lugar.
Centros
comerciales modernos, lujosas discotecas, oficinas bancarias, excelentes
restaurantes y modernos edificios de vivienda.
Mis
amigos políticos me preguntarán ¿qué hizo el gobierno para desarrollar este
polo turístico?.
La
respuesta es nada.
Ni
siquiera tuvo la previsión de construir un sistema de alcantarillado y una
planta de tratamiento de aguas negras que garantice que nuestro subsuelo no
fuera dañado.
Imagínense,
millones de personas defecando cada año sin tener ningún depósito bajo tierra.
Y, para colmo, mierda extranjera.
Tarde
o temprano, esas playas y edificaciones serán afectadas por los desperdicios
vertidos y resolver el problema no será tarea fácil para ninguna firma de
ingenieros.
Se
dice que ya hay playas que han comenzado a humedecerse y a despedir olores no
muy agradables.
Los
trabajadores de los hoteles devengan salarios de miseria.
Son
explotados inmisericordemente.
No
pueden hablar de aumento de salarios porque son despedidos sin ninguna
contemplación.
Hablar
de un sindicato es como mencionar la madre de uno de esos explotadores
modernos.
Aún
así, hay que ver la sonrisa y las atenciones de esos dominicanos atendiendo a
nuestros visitantes.
Cualquiera
diría que son trabajadores felices, bien pagos, con buen seguro médico y con
becas para sus hijos en la España abusadora.
La
mayoría de estos trabajadores viven en barrios de Higüey y Verona, ya que los
alquileres en la zona turística es imposible para ellos.
Anduve
por la famosa carretera que une a Santo Domingo con Samaná.
La vía
está impecable.
El
problema está, en que el diseño se pensó más en ahorrar dinero a la compañía
constructora, que en tener un tramo seguro y corto para llegar al mencionado
polo turístico.
Eso
explica las innumerables y peligrosas curvas del trazado, en lugar de construir
puentes a través de las lomas y hacerlo más directo.
Esta
acción ha traído como consecuencia muchos accidentes con innumerables pérdidas
de vidas humanas, entre ellas, la de mi compueblano Quilvio Cabrera,
ex-director del Instituto Agrario Dominicano.
Quilvio Cabrera.
Allí
solo vi una camioneta de Obras Públicas.
Es
obvio, que la seguridad vial no es una prioridad en esa parte del país.
Se
podría decir que hay discriminación en la asignación de estos vehículos, ya que
no vi ninguno desde Nagua hasta Santiago.
El
Santiago en el que viví y trabajé en mis años juveniles quedó sepultado en el
pasado.
Ya
Santiago no es limpio, no es seguro ni es tampoco civilizado.
Ya
casi nadie es amable.
La
gente se ve agresiva.
Los
asesinatos, asaltos y los robos están a la orden del día.
Se
percibe un ambiente feroz, donde nadie cede nada a nadie.
El
tránsito urbano es una desgracia.
La
verdad es que fue un milagro no tener un accidente entre tanta agresividad y
poco deseo de compartir las calles con los demás.
La
arrabalización de la ciudad es imperdonable.
Los
transeúntes no tienen por donde caminar.
Hay
negocios instalados en las aceras por toda la ciudad.
Incluso,
uno de esos tarantines, llega al colmo de aceptar tarjetas de crédito como
medio de pago en plena vía pública.
No
puedo viajar a mi país sin visitar a mi natal Sabaneta en Santiago Rodríguez.
Sabaneta
está mucho más limpia que Santiago y su gente luce mucho más relajada.
Como
siempre, es el hogar de gente muy orgullosa y sus casas, que generalmente se
pintan cada año, lucen en buenas condiciones.
Le
mostré a mis hijos la escuela elemental donde estudié y les expliqué que se
llamaba José María Serra y que a algún perverso se le ocurrió,
medalaganariamente, cambiarle el nombre por Ana Joaquina Hidalgo.
Visité
a mi tío Ramón Gómez, como siempre lo hago, en Villa Los Almácigos.
Aproveché
que era miércoles para explicar a mis hijos lo que era una feria en nuestros
pueblos noroestanos.
Claro,
usé la ocasión para adquirir uno de mis dulces favoritos que es el de naranja
en yagua, una exquisitez de la región.
Viajamos
a Santo Domingo en Metro.
Este
es uno de los servicios de autobuses organizados más antiguo del país.
Seguro,
limpio, profesional y siempre saliendo y llegando a tiempo.
Es una
de esas cosas que han sobrevivido al caos y al desastre que han traído los
tiempos.
Nunca
me ha gustado la capital.
La
desorganización del transporte urbano afecta todas las demás actividades de la
ciudad y el comportamiento de sus ciudadanos.
En la
zona de Naco, donde nos hospedamos, todo es de primera.
Las
calles bien asfaltadas, limpias y señalizadas.
Centros
comerciales que no tienen nada que envidiar a sus similares del llamado primer
mundo.
El Ágora
está fuera de serie.
Caro,
eso sí, muy caro.
Los
barrios capitaleños de Villa Consuelo y Villa Juana dan la impresión de que el
tiempo no ha pasado por allí.
Sin
agua desde los años 70 y sus aceras semi-destruídas que nadie se molesta en
reconstruir.
¡Cuánta
paciencia tiene esta gente!
“A pesar de los políticos corruptos”,
“a pesar de vivir en la inseguridad”,
“a pesar de la miseria que arropa a gran parte de la población”,
“a pesar de la falta de agua y luz”,
“a pesar de los bajos salarios devengados”,
“a pesar de que lo único
que tiene garantizado es la muerte”, el
dominicano todavía sonríe.
Ojalá
que nada ni nadie te quite esa sonrisa.
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