Roedores de la gloria

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Por Marcelo Peralta

Cada ciudadano tiene una virtud, un corazón, un cerebro, forma de pensar, actuar, conducirse y en la vida se es actor, público o timonel.

Todo el que se siente capaz de crearse un destino con su talento  está inclinado a admitir el esfuerzo y el talento de los demás, el deseo de la propia gloria y no puede sentirse cohibido por el legítimo encumbramiento ajeno.

En la sociedad hay verdugos que no perdonan que los demás progresen, crezcan social y económicamente, y entra el dicho de que las mujeres feas demostrarán que la belleza es impulsiva y que las de avanzadas edades sostendrán que la juventud de hoy día es insensata.

Hay que entender que los rutinarios son rebeldes a la admiración, que no reconocen el fuego de las estrellas y es como decía Pascal: “Los que no saben admirar no tienen porvenir”.

“Los hombres superiores pueden inmortalizar con una palabra a sus lacayos y criticastros”

Resulta penoso y vergonzante ver en ocasiones hombres que tienen que pasar del timón al remo, pero no admitene esas realidades.

Plutarco, el historiador, escritor y moralista de origen griego en  su obra “Vidas Paraleras”, escribió hace siglos que “los animales de una misma especie difieren menos entre sí  que unos hombres de otros”.

En el mundo, sin importar nacionalidad, posición  económica, profesión, oficio, hay hombres que mentalmente son inferiores al término medio de su raza, de su tiempo y de su clase social.

Las costumbres y las leyes pueden establecer derechos y deberes comunes a todos los hombres; pero éstos serán siempre tan desiguales como las olas que erizan la superficie de un océano.

Hay seres desiguales que no pueden pensar de la misma  igual manera, ya que siempre será  evidente el contrate entre la dignidad y la torpeza, el lugar de origen y la enseñaza hogareña.

La formación humana no se adquiere en las aulas, sino en los hogares.

A las escuelas, colegios, liceos y universidades se va a recibir orientaciones, jamás educación, porque ésta última es en los hogares que se contrae.

Todo idealista es un hombre cualitativo que distingue lo malo que observa y lo mejor que se imagina.

Los mediocres son cuantitativos, ya que no distinguen lo mejor de lo peor.

Todos, al nacer, reciben como herencia de la especie los elementos para adquirir una “personalidad especifica”, común a todo animal insuficiente para adaptarlo a la mentalidad social.

El hombre mediocre y torpe es una sombra proyectada por la sociedad, esencia imitativo, adaptado para vivir en rebaño, reflejando las ruinas, prejuicios, el desequilibrio social e imbécil.

Ellos deben ser juzgados por la intérlope función que desempeñan en la sociedad, abiertamente nociva a todo idealismo que importe un esfuerzo hacia cualquier perfección.

Esos tipos de personas, si se epueden llamar así, son los que viven para el fantasma que proyectan en la opinión de sus similares.

Esos seres sin definión son nocivos como los venenos, donde hay que ponerles antídotos eficaces como la reprobación y el desprecio colectivo.

Viven en rechazo total de la sociedad, y amargados, con autoestima bajo y deprimidos.

Ellos perduran acoquinados en un círculo de piedra cenicienta, como si estuviesen  situados en un paredón lívido y con caras sudorosas, mente tortuosa y formando un panorama de cementerio viviente y en ocasiones hasta el sol le niega su luz y permanecen con los ojos cosidos con alambres de púas, porque nunca se han resignados a ver los éxitos y bonanzas del prójimo.

Hay otros que son como los juegos de béisbol transmitidos por la televisión, que las buenas y malas jugadas las repiten, y, en ocasiones hasta lo hacen en cámaras lenta.


En el mundo hay personas que cometen acciones que a la postre, dejan sombra indisipable y su vida vale por sus horas de dicha.

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