MUJER CONDENADA POR MUERTE DE HIJO PIDE INDULTO
POR
ALEJANDRO CARMONA
SANTIAGO
DE CHILE, En octubre de 2010, Gabriela Blas fue condenada a 12 años de prisión
por la muerte de su hijo de 3 años. El pequeño Domingo se perdió en la Pampa luego de salir a
pastorear con ella y su cuerpo fue encontrado, momificado, más de un año
después. Las organizaciones que la defienden argumentan que hubo discriminación,
ya que los sentenciadores castigaron el abandono del niño sin tomar en cuenta
el rol de una mujer aymara mientras cuida animales en la pampa. En tanto, su
hija mayor fue dada en adopción al extranjero.
¿Cómo
está la Claudita ?
—pregunta cada vez que alguien la va a visitar.
Su
voz se sostiene de un hilo en el patio laboral de la Cárcel de Acha, un complejo
penitenciario ubicado a la salida de la ciudad de Arica, donde habitan 2.380
reos.
Gabriela
Blas, 29 años, ojos y pelo negro, chasquilla ordenada, 1.55 metros , siempre
habla igual. Bajito. En un susurro.
Alguna
vez esto le jugó una mala pasada; sobre todo en un penal con mujeres fuertes.
Ella se encuentra en el Centro Penitenciario Femenino del complejo, donde
convive con 315 compañeras más.
Hace
dos años la acogió una “carreta”, un grupo de 5 mujeres que la integraron y
juntas emprendieron una de las tareas que hasta hace poco Gabriela hacía con
ellas: cocinar. Sí, porque en los momentos en que el encierro se convertía en
un castigo agobiante, Gabriela cocinaba zapallos italianos, lechugas y papas
chuño, una papa deshidratada que los aymaras comen con arroz o quínoa. Aunque
nunca le ha gustado mucho cocinar, así también mataba el tiempo.
Cuando
Gabriela llegó a la cárcel tenía talla 40 y usaba poleras talla S. Los 5 años
de encierro sumaron algo más que tristeza: ahora usa pantalones 44.
Hace
un par de meses se afirmó en Dios y asiste a los encuentros de fieles
evangélicos.
Siempre
dentro del penal. Porque desde que perdió la libertad en julio del año 2007, lo
único que ha visto y respirado es el encierro en Acha. Del tiempo que lleva
encerrada, pasó 3 años en prisión preventiva; la más larga desde la reforma al
proceso penal en Chile.
—¿Ha
sabido algo de la Claudita ?
—pregunta Gabriela cada vez que alguien la va a visitar, mientras teje—. El año
pasado pasó al patio laboral y participa de un taller de artesanía donde hace
chalecos y cuellos para el frío. Ya no le queda tiempo para cocinar.
Y
la respuesta siempre es la misma: “No”.
Cuando
ella cayó presa por la muerte de su hijo, no sólo lo perdió a él y se le acusó
de “parricida”. También perdió a Claudia, su hija mayor, que fue dada en
adopción internacional.
En
abril de 2010, Gabriela Blas Blas fue condenada a 10 años y 1 día; un juicio
que fue anulado por la Corte
de Apelaciones de Arica. Se realizó otro en octubre de 2010. Esta vez la
sentencia fue de 12 años.
Se
le acusó de abandonar a su hijo Domingo, de 3 años y 11 meses, a su suerte en
medio del altiplano, porque mientras pastoreaba lo perdió de vista y el pequeño
murió.
Sin
embargo, quienes la defienden ahora piden el indulto y continúan reclamando su
inocencia, porque según dicen, ella, Gabriela, una mujer aymara, con una
historia de vulnerabilidad más negra que la que se tejió después de la muerte
de Domingo, con tres hijos a cuestas —uno de ellos producto de una violación—,
tiene razones suficientes para dejar el encierro en Acha.
Un niño muerto en el altiplano
El
18 de julio de 2007, Gabriela Blas había conseguido un empleo en la pampa:
cuidar animales en pastoreo; es decir, acompañarlos a comer. Un trabajo
habitual para los habitantes de la zona. Ganaría 3 mil pesos por día, más
comida y alojamiento por cuidar unas 120 llamas y ovejas. Ya había hecho esta
tarea en 2006 y en marzo de 2007. Esta era la tercera vez que también pasaría
12 días seguidos pastoreando.
Hortencia
Hidalgo, quien pertenece al Consejo Autónomo Aymara de Arica y también a la red
chilena contra la
Violencia Doméstica y Sexual de Arica-Parinacota, señala que
“todas las mujeres que hemos pastoreado animales tenemos dentro de nuestra
cosmovisión la idea de llevar a los niños. Hay una intención de que se integren
a temprana edad a las actividades para tener el contacto con la madre tierra y
porque la parte altiplánica es muy diferente a la parte occidental, donde dejas
a los niños en los jardines infantiles”, dice Hortencia, quien además cuenta
que esta es una forma de que los pequeños aprendan el oficio a temprana edad.
“Yo también he pastoreado y he dejado a mi hermano chico o mi sobrino
esperándome. Fue un caso fortuito que cuando llegara el niño ya no estuviera”.
Se
trasladó desde donde vivía, una casa de adobe en el caserío de Alcérreca, en la Comuna de General Lagos
(Región de Arica y Parinacota), con su hijo Domingo Blas Blas de la mano. El
trabajo la esperaba en la
Estancia Caicone , aproximadamente a 17 kilómetros del
lugar donde vivía.
Sin
embargo, de un momento a otro todo cambió.
El
día de su sentencia, el 2 de octubre de 2010, la justicia señaló que entre los
días 18 al 23 de julio de 2007, aún sabiendo las características geográficas y
climáticas de la zona, Gabriela abandonó al pequeño Domingo en los alrededores
de la Estancia
Caicone.
En
el proceso se usaron diversos testimonios que dieron cuenta de las distintas
versiones que entregó la mujer luego de dar aviso a la policía por el extravío
del niño, 28 horas después de su desaparición. Fermín Enrique Vergara Vejar,
sargento segundo de carabineros de la
SIP de Putre, testificó que mientras se encontraba en
servicio recibió una primera llamada que lo alertó. Provenía del retén de
Alcérreca. La intención era que lo ayudara a ubicar a Eloy García, un hombre
que supuestamente había trasladado al pequeño desde Caicone hasta Alcérreca;
una tesis que desechó el propio García porque a esa hora estaba trabajando.
Vergara
resumió lo que dirían otros testigos de la búsqueda: “Desde el 24 al 30 de
julio estuvieron haciendo diligencias todos los días, dando ella versiones
diferentes de lo ocurrido, tales como que el niño se había aburrido; que el
niño se quedó atrás; que se cayó del aguayo; que se lo había llevado un
boliviano; que se lo había llevado su patrón a Arica; que lo había encontrado
muerto y otras”.
Sin
embargo, hacia el final, los labios de Gabriela asomaron otra verdad: en algún
momento de descuido, dos animales se escaparon de la manada. Ella envolvió a su
hijo en un aguayo —una manta de lana que se usa como mochila, abrigo o para
portar guaguas—, le dijo que se quedara tranquilo, que volvería, pero eso nunca
ocurrió. El niño salió a buscarla y murió perdido en el altiplano.
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