La muerte de Adriano Román.

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Por Ramón De Luna.
Editorial invitado.

Con la muerte de Adriano desaparece un ser nefasto que en su corazón solo supo albergar odios incontenibles y que amasó una enorme fortuna que no pudo disfrutar por su historial de sicópata incontenible, nacido desgraciadamente para ser protagonista de los más horrendos crímenes.

Recordamos su criminal proceder allá por el año 1978 en que mantuvo secuestrada en una de sus fincas a su ex esposa Miguelina Llaverías, a quien infligió las más crueles torturas aplicadas a un ser humano indefenso. Utilizando un alicate con el cual le produjo enormes daños en partes íntimas de su cuerpo y entregarla a los brazos de un malhechor de muy baja monta.

Su odio brutal e incontenible lo aplicó a un hermano, al que por poco mata, y no conforme con el maltrato aplicado una vez a Miguelina, le paga a terceros para asesinarla, quienes le dieron un tiro en la cabeza. Adriano aprovechó su enorme fortuna en tiempos de su juventud para comprar la virginidad de jovencitas campesinas vendidas por sus padres por quince y veinte pesos.

Cuando se vio acorralado al ser condenado por su historial criminal y la Justicia lo condena a varios años de cárcel, Román saca de su fortuna unos miles de pesos para atentar contra la vida del abogado que defendió a su ex esposa y se alía a sicarios para eliminar a Jordi Veras, joven abogado y comunicador, a quien por un milagro no matan con disparos a la cabeza. Parece que Román instruía a los sicarios que contrataba de disparar siempre a la cabeza.

Si de algo le sirvió su fortuna fue para burlar muchas veces la Justicia alargando los procesos pendientes de ser conocidos. Se dice que en el cubil a donde fue confinado tenía televisión, escritorio para despachar, celulares y que desde allí movía acciones propias de sus bajos instintos, fruto de un odio incontenible, propios de una bestia salvaje.

Su fortuna se estimaba en mil doscientos millones de pesos, aunque algunos consideran que era mayor, pero, ¿de qué le valió finalmente? No pudo conquistar el seguir viviendo ni vencer los males que le aquejaban, hasta que ayer lanzó el último suspiro.

Adriano Román, hijo de una distinguida familia de Santiago, se lleva a la tumba todo aquel odio que su corazón había acumulado. Se fue para siempre y con él, todo un triste y negro historial de crímenes cometidos al amparo de su fortuna.


Ni siquiera tuvo tiempo de pedir perdón a sus víctimas por los muchos actos criminales que llegó a cometer, si es que en su corazón todavía existía algún rincón que su odio no había dañado.

Los últimos años de su vejez los pasó encerrado allá, en Rafey, rumiando las penas de no haber segado la vida de sus múltiples víctimas.

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