Mi vida entre dos monstruos (6): algunos detalles de la vida en la Lumumba

"Parte 6"
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Por Luis Amílkar Gómez.

Como gran amante de la música que soy, lo primero que compré con el dinero ganado en Kazajestán, fue un toca discos Cerwin Vega que era lo mejor que se vendía en Moscú.
Los discos (long play en ese tiempo) eran prestados de los compañeros dominicanos y latinos con quienes intercambiábamos música.
Generalmente, para oír música nueva, había que esperar un año por los estudiantes nuevos que llegaban al final de cada verano.
 El único artista hispano que los rusos reprodujeron fue a Raphael de España.
Otros artistas populares en esa época (1977) eran los rusos Ala Pugachova y Vladimír Vesovski, así como el grupo Bonny M que ya mencioné anteriormente.
 Los sábados en la tarde era tiempo de jolgorio en las residencias estudiantiles, se escuchaban músicas diferentes en los edificios, se juntaban los amigos, se hacían las citas y se recibían "visitas".
 Era el único día que se podía invitar a una amiga a la habitación.
Para eso, el proceso era un poco complejo, ya que había que llenar una solicitud durante la semana con el nombre de la visitante.
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Como en cada habitación vivíamos tres estudiantes, había que negociar con los otros dos, para que no se aparecieran en el lugar durante varias horas.
La portera en cada edificio era siempre una "mamushka", que no era más que una señora entrada en edad, la cual era apostada en un escritorio muy cerca de la puerta.
Esas viejas no entraban en componendas ya que eran bien estrictas en cuanto a los reglamentos, pero bien suave en el trato diario con los estudiantes.
Nuestras habitaciones estaban colocadas en un pasillo largo donde había más de diez cuartos.
Al final del corredor, había una cocina con estufa eléctrica y fregadero.
Cruzando al frente, estaban los lavamanos y los sanitarios separados por una pared.
 Al principio, llamaban mucho nuestra atención los sanitarios, ya que estaban incrustados en una base de cemento, donde uno se subía y acomodaba en posición fetal (como dicen los expertos que debe ser).
El tanque del agua estaba a unos dos metros de altura y de él bajaba una cadena que cuando uno la halaba, el agua bajaba con una presión que ni la Presa de Tavera cuando le abren la compuerta.
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Culturalmente chocaba con nuestra forma de ser, el hecho de que los estudiantes árabes dejaban en los sanitarios, unos contenedores plásticos que usaban después de sus necesidades para asearse el área.
 De acuerdo a sus costumbres, ellos no usan papel sino agua para higienizarse.
 A decir verdad, cualquier cosa era mejor que el papel sanitario ruso, que era una de los productos sencillos que la Revolución Bolchevique nunca pudo mejorar.
 Las duchas estaban localizadas en el sótano de cada edificio.
Habrían unas veinte de ellas y el momento de más ocupación era entre diez y once de la noche.
Los enemigos del buen baño usaban la distancia como un pretexto para no hacerlo.
El estudiante que vivía en el quinto piso, por ejemplo, tendría que bajar seis para llegar a las duchas.
 Cada quien lavaba su ropa, mientras que las sábanas y fundas para almohada nos la cambiaban regularmente.
Los sábados en la noche era el tiempo ideal para ir al teatro.
Los teatros de Moscú son de los mejores del mundo y se encuentran distribuidos por toda la ciudad.
Mis favoritos eran el de las Fuerzas Armadas, el del Palacio de los Congresos en el Kremli y, claro, el teatro Bolshói que es el más importante de la ciudad y uno de los más famosos en toda Europa.
Conseguir un ticket para ese teatro, era como una boleta para un juego de finales entre los Yankees y Boston, en noche en que lanzaba Pedro Martínez.
En el Bolshói disfruté “El Lago de los Cisnes” del gran ruso Pyotr Ilyich Tchaitkovski y quedé tan impresionado por la perfección de la obra, que solo atiné a recordar lo que un sabio campesino dominicano una vez me dijo:"Después de Dios, el hombre".
La orquesta en vivo de más de treinta músicos tenía un sonido angelical en ese teatro circular estilo europeo y, tal parecía, que la Banda de Música de mi pueblo estuviera tocando en el cielo, reforzada por Motzar, Beethoven, Bach y Chopin.
Otros lugares muy visitados por mi fueron el “Parque de la Cultura, las Colinas de Lenin, el estadio del Dinamo Moskva, el Circo de Moscú y un café muy famoso de la avenida Marx.”
Al cine asistía cualquier día de la semana si no había mucho que estudiar.
Mi cine favorito era el de la avenida Bernadskaya, ya que no estaba muy lejos de las residencias estudiantiles.
 Los cines presentaban mayormente producciones rusas, americanas, inglesas y francesas.
Las películas extranjeras eran dobladas al ruso y rara vez se utilizaban los subtítulos.
Hay tres producciones rusas que recomiendo: “Moscú no cree en lágrimas”, que es la vida de dos muchachas campesinas que llegan a la ciudad a trabajar como obreras.
También “Ironía del Destino”, que es una magnífica comedia, sobre unos amigos que en víspera de Año Nuevo, se dan una soberana borrachera que traen consecuencias bien cómicas.
 Y la tercera, “Diecisiete Instantes de una Primavera”, que es una serie sobre un espía ruso, el coronel ”Stirlitz de la Gestapo alemana”, que fue infiltrado a ese país desde muy jovencito y que llegó a ser un oficial importante del comando nazi.
 Está basada en el libro del mismo nombre del afamado escritor ruso Iulián Semiónov.
En Rusia siempre se dijo que el espía existió en la realidad y que a Semiónov solo se le entregó la historia.
Tan famosa es la serie que a Stirlitz se le conoce como el "James Bond soviético".
Los libros eran sumamente baratos y accesibles.
En la avenida Kalinin estaba localizada la “Casa del Libro”, que era la librería más grande de toda la Unión Soviética.
Los mejores libros de la literatura rusa eran traducidos al español y se podían adquirir en cualquier librería de la ciudad.
La televisión era más que todo educativa.
Mostraban muy a menudo las grades obras del ballet y documentales muy valiosos. Asimismo, mostraban muchos juegos en vivo de deportes como el fútbol, Jockey sobre hielo, basketbol y otros.
 Mi programa favorito era el noticiero de las once de la noche llamado Vremia (Tiempo), donde se ofrecían las informaciones acaecidas durante el día.
Rara vez se informaba sobre América Latina.
Había varios periódicos diarios como Pravda (Verdad) que era el órgano oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética, Izvestia, Konsomólkaia Pravda y el único en español era Granma, que era el vocero del Partido Comunista de Cuba que llegaba con varias fechas de atraso.
La comunicación con mi familia era nula.
Mis cartas no llegaban a ellos, ya que eran interceptadas y destruidas inmediatamente alcanzaban el correo dominicano.
Parece que el impedimento de entrada, que pesaba sobre mi persona, también incluía mis cartas.
Tuve que ser creativo. "Mi amiga Ana Andrea" que residía en Puerto Rico, me dió su apoyo y me sirvió de enlace, para que mis cartas llegaran a mis familiares.
El sistema que inventamos consistía de lo siguiente: yo enviaba las cartas a Puerto Rico, ella la cambiaba de sobre y la despachaba hacia mi casa en Dominicana.
Resuelto el problema, pero con escala.
Burlamos a Balaguer y a su inoperante correo.

Continuará...

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