Mi vida entre dos monstruos (14): “Vacaciones en Dominicana y Puerto Rico”.
Luis Amílkar Gómez.
Por Luis Amílkar Gómez.
Una
de las entradas más hermosas que ciudad alguna tenga la posee la capital
dominicana: Santo Domingo.
Fotos de los cocotales y palmeras autopista “Las Américas”.
Esos
cocotales y palmeras, que adornan la autopista de Las Américas, es un panorama
sin competencia.
Foto del Mar .
Las
aguas del bravo Mar Caribe se estrellan contra las milenarias rocas, queriendo triturarlas
con su fuerza descomunal y ellas resistiendo calladas, año tras año,
Sin
permitir que el gigante avance medio metro.
Espuma del choque del agua del mar y los arrecifes.
La
espuma blanca que se produce en el choque brutal entre el mar y las piedras hacen,
junto al azul infinito del agua, un paisaje que el mismo Pablo Picasso nunca se
imaginó.
Después
de cuatro años en los feroces inviernos rusos,
Esa
es la mejor descripción que yo pude hacer de lo que sentía, al avanzar por Las
Américas rumbo a la Ciudad Primada.
Foto de la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana.
De
Santo Domingo, junto a mi padre, viajábamos hacia el Noroeste del país, con
destino al bello pueblo que me vió nacer y crecer: San Ignacio de Sabaneta.
Foto de San Ignacio de Sabaneta el obelisco.
En
ese tiempo, era un viaje de unas cinco horas.
Foto del Cibao
Cuando
comenzamos a ver los verdes campos de la Región del Cibao, pensé que los
dominicanos no valorábamos, en su justa dimensión, el privilegio de tener unas tierras
tan maravillosas.
Foto de Doña Victoria.
Cuando
llegamos a San Ignacio de Sabaneta ya estaba anocheciendo y fue motivo de gran
alegría saludar a mi madre Victoria, a mi querida abuela Carmita, así como a
mis seis hermanas y dos hermanos.
Un
sancocho adornaba la mesa, con su correspondiente aguacate y el casabe de
Palmarejo, que no podía faltar.
Foto de torta de cazabe.
Cuatro
años sin comer nada criollo. Nada
dominicano. Nada preparado por mi madre.
Todos
me miraban comer como si no lo hubiera hecho por un largo tiempo.
La
noticia se corrió como pólvora por el pueblo y mucha gente venía a saludarme. Algunos se quedaban mirándome como si hubiera
venido de otro planeta, como si fuera un héroe, como si hubiera hecho la gran
cosa.
Algunos
me pedían que les hablara un poquito en ruso y lucían sorprendidos, ya que era difícil
maginar que un muchachito pobre del barrio Bolsillo, a quien todos apodaban Teví,
pudiera hablar un idioma tan “enredao.”
Fotos de mangos
Los
días pasaban rápido paseando por cada rincón que fuera parte de mi vida. Un baño en el charco de El Camarón, donde aprendí
desde niño a nadar, los mangos vizcaíno de la Carrera de Rodolfo Schaeffler,
los Yamaguíes de Los Almácigos, otros baños suculentos en los ríos Guayubín e
Inaje, paseos nocturnos por el parque Patria (hoy Juan Rosado) y las frías del
Astro Bar.
Viajé
a la capital a recibir un certificado como “Hijo Distinguido de la provincia
Santiago Rodríguez”, en un acto celebrado en el Maunaloa Night Club, como parte
de un popular programa de la época llamado “La Patria por Dentro”, que producía
el periodista José Jiménez Belén.
Sé que
mi amiga y hermana, la profesora Emilia Estela Vargas de Rosario, tuvo mucho
que ver con esa distinción.
Estuve
varias veces en Santiago visitando a mis amigos y ex-compañeros de La Situación
Mundial, Ramón De Luna y Minucha, su hija
Germania, Gerardo Antonio Santos, Rafael Monsanto y Adalberto Domínguez.
Fotos de Adalberto Domínguez.
Asimismo,
a dos amigos que siempre agradeceré su amistad, como lo son Lugo Cabrera y
Ricardo Rodríguez Rosa.
Rafael Monsanto Baez
Mi amiga
Ana Andrea me llamó desde Puerto Rico y junto a su familia me invitaban a pasar
me tres días con ellos.
Ricardo Rodriguez Rosa
Volví
a la capital en busca de una segunda visa para entrar y salir de Puerto Rico. Todavía
tenía vigente otra entrada y salida pero para regresar a Rusia. Me la cedieron nueva
vez sin llevar papeles de propiedad, de banco, de buena conducta, del médico,
etc.
Foto de Puerto Rico.
Les
dije anteriormente que la Guerra Fría tenía sus ventajas para los
subdesarrollados.
Foto del viejo Aeropuerto Cibao.
Llegué
al aeropuerto internacional de Isla Verde en San Juan, Puerto Rico, el 12 de
septiembre del 1980, en un vuelo procedente del Aeropuerto Cibao, que en ese tiempo
funcionaba junto a la base Aérea de Santiago.
Pera
los operadores de emigración de terminal borinqueña, parece que vieron un marciano,
cuando leyeron las informaciones en mi pasaporte.
Foto de Migración en Puerto
Rico.
Todos
se movilizaban y hablaban en voz baja, hasta que me invitaron a unas oficinas. Me tuvieron interrogando por más de una hora sobre
mi propósito al visitar ese país.
Al
parecer, nunca habían tenido una especie ruso-dominicano en sus casetas.
Pusieron
en dudas que la visa fuera original y comenzaron a pronunciar palabras peyorativas
hacia los dominicanos, por lo que les devolví par de torpedos verbales defendiendo
mi nacionalidad.
Por
fin, un amigo de don Andrés, el padre de mi amiga, que laboraba para el
gobierno federal estadounidense, facilitó el que me dejaran pisar la tierra de
Eugenio María de Hostos.
Foto de Eugenio María de
Hostos.
Con
Ana Andrea Peralta y toda su familia, doña Marina, don Andrés, Radhamés,
Antonio, Martín y Luz María, habíamos iniciado en Monción una amistad en 1970,
que se ha mantenido a través de los años y la distancia.
Foto de la presa del municipio
General Benito Monción.
Los
he considerado siempre como una extensión de mi familia y, estoy seguro, yo soy
parte de los Peralta.
Entregué
a Ana Andrea el Misha que le había comprado en Moscú y quedó encantada con la
belleza del osito olímpico.
La
visita se extendió hasta el 17 de septiembre y debo agradecer por siempre, la
generosidad de esa familia sin par, que me apoyó siempre en mis aspiraciones de
convertirme en un mejor ser humano.
Regresé
a Dominicana nuevamente y comencé a preparar con cierta angustia, pero con más decisión
que nunca, el viaje de regreso a la tierra de Lenin.
Fotos de Lenin.
Esta
vez la despedida no fue clandestina como la primera vez y, ahora sí, mi madre
se despidió de mí con todo el cariño del mundo, sabiendo que regresaría graduado
en dos años.
Así
fue como el 27 de septiembre del 1980, desde las ventanillas del avión,
observaba esa bella tierra, allá abajo, que esperaba por mí.
La Patria
siempre espera. Su paciencia no tiene límite.
Ésta
vez el aparato despegó sin sobresaltos.
Cerré
los ojos y la nave se elevó.
Continuará…
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