Mi vida entre dos monstruos (17): La desgracia de María.
Por: Luis Amílkar Gómez
María había viajado a Rusia con un propósito bien claro en su mente: Obtener un título universitario.
Tal vez era la que mejor estaba informada sobre la vida en Rusia, las condiciones en que los estudiantes vivían, el funcionamiento del gobierno socialista y otros datos que los demás que viajamos con ella, no sabíamos.
Ella y su familia eran muy allegados al señor Mario Sánchez Córdoba, quien para ese entonces era un alto dirigente del Partido Comunista Dominicano (PCD).
María del Socorro comenzó una relación amorosa, desde el primer semestre de la Facultad Preparatoria, con el colombiano Henry Lamos.
Ella y su familia eran muy allegados al señor Mario Sánchez Córdoba, quien para ese entonces era un alto dirigente del Partido Comunista Dominicano (PCD).
María del Socorro comenzó una relación amorosa, desde el primer semestre de la Facultad Preparatoria, con el colombiano Henry Lamos.
Ese vínculo trajo mucha estabilidad a su vida y, se tradujo, en que se convirtiera en una estudiante destacada de la carrera de Ingeniería Mecánica, donde casi todas sus notas eran de A.
Era una mujer muy inteligente que se imponía en una especialidad dominada por hombres y, además, era una estudiante muy consciente de sus responsabilidades como tal.
Desde que nos conocimos en aquel vuelo de KLM con destino a Curazao, nos profesamos una gran amistad basada en el respeto mutuo y la solidaridad que debe imperar entre compatriotas que viven lejos de su país.
Por eso, había extrañado que no fuera a visitarme al hospital durante mi estadía en el mismo.
Todo tenía una desafortunada explicación.
Desde mi accidente María comenzó a exhibir un comportamiento un tanto extraño, no seguía su rutina diaria, no estudiaba y dejó de asistir a clase.
Henry, con quien ella convivía, trató por todos los medios de ayudarla sin resultado aparente, hasta que se decidió a buscar ayuda profesional.
María fue diagnosticada con esquizofrenia y fue internada en un hospital siquiátrico (manicomio) de Moscú por varios meses.
Si el hospital en que yo estuve interno, que era para cuerdos estaba en deplorables condiciones, me puedo imaginar el lugar donde ella pasaría sus últimos días en Rusia.
Desde ese centro asistencial fue enviada de regreso a su casa de la República Dominicana.
Me imagino lo terrible que habrá sido para su familia recibirla en esas condiciones.
Cuando Henry me enteró de todo lo sucedido, simplemente, no lo podía creer.
¿Cómo es posible que una persona tan inteligente y tan cuerda pueda perder el juicio de un momento a otro?
Los hechos que les narro ocurrieron entre octubre-noviembre del 1980 y nunca más en Moscú se supo de María del Socorro.
Para el amigo Henry, lo sucedido fue desastroso y por mucho tiempo se le veía triste y cabizbajo por los diferentes predios universitarios.
Su situación junto a mi convalecencia, hizo que nuestra amistad se solidificara más y, prácticamente, nos convertimos en dos hermanos en medio de la desgracia.
A nosotros se adhirieron luego un grupo de estudiantes más jóvenes, formando un grupo que compartía música, literatura y celebrábamos todos los cumpleaños.
De María del Socorro supe muchos años después que había sido tratada por especialistas dominicanos, que había estado brevemente en el hospital y que, por un buen tiempo, recuperó su lucidez.
De igual manera, se me informó también que fue Gerente General de un hotel turístico en Puerto Plata y que había hecho una carrera en ese sector.
Pero la noticia más desalentadora fue la que daba cuenta de su muerte, la cual fue confirmada por diferentes personas que se enteraron de alguna manera.
Nadie nunca supo de qué murió.
Cuando aquel grupo de cuatro jovencitos repletos de ilusiones salió hacia Rusia, nunca se imaginaron que el destino les tenía un camino lleno de tribulaciones.
Manolo fue el primero en perder la vida trágicamente, luego mi adversidad con el accidente sufrido, seguido del estado de locura de María y, el mejor librado, fue el Socias de Dajabón, cuya sola desdicha fue la de graduarse un año más tarde.
A pesar de los pesares, me tocó ser el único en el grupo, que terminó la universidad en el tiempo estipulado: Junio del 1982.
Nunca olvidaré a Manolo y a María.
Es como si hubiéramos asistido a una guerra.
Lamentablemente, ellos fueron las bajas.
Continuará...
Era una mujer muy inteligente que se imponía en una especialidad dominada por hombres y, además, era una estudiante muy consciente de sus responsabilidades como tal.
Desde que nos conocimos en aquel vuelo de KLM con destino a Curazao, nos profesamos una gran amistad basada en el respeto mutuo y la solidaridad que debe imperar entre compatriotas que viven lejos de su país.
Por eso, había extrañado que no fuera a visitarme al hospital durante mi estadía en el mismo.
Todo tenía una desafortunada explicación.
Desde mi accidente María comenzó a exhibir un comportamiento un tanto extraño, no seguía su rutina diaria, no estudiaba y dejó de asistir a clase.
Henry, con quien ella convivía, trató por todos los medios de ayudarla sin resultado aparente, hasta que se decidió a buscar ayuda profesional.
María fue diagnosticada con esquizofrenia y fue internada en un hospital siquiátrico (manicomio) de Moscú por varios meses.
Si el hospital en que yo estuve interno, que era para cuerdos estaba en deplorables condiciones, me puedo imaginar el lugar donde ella pasaría sus últimos días en Rusia.
Desde ese centro asistencial fue enviada de regreso a su casa de la República Dominicana.
Me imagino lo terrible que habrá sido para su familia recibirla en esas condiciones.
Cuando Henry me enteró de todo lo sucedido, simplemente, no lo podía creer.
¿Cómo es posible que una persona tan inteligente y tan cuerda pueda perder el juicio de un momento a otro?
Los hechos que les narro ocurrieron entre octubre-noviembre del 1980 y nunca más en Moscú se supo de María del Socorro.
Para el amigo Henry, lo sucedido fue desastroso y por mucho tiempo se le veía triste y cabizbajo por los diferentes predios universitarios.
Su situación junto a mi convalecencia, hizo que nuestra amistad se solidificara más y, prácticamente, nos convertimos en dos hermanos en medio de la desgracia.
A nosotros se adhirieron luego un grupo de estudiantes más jóvenes, formando un grupo que compartía música, literatura y celebrábamos todos los cumpleaños.
De María del Socorro supe muchos años después que había sido tratada por especialistas dominicanos, que había estado brevemente en el hospital y que, por un buen tiempo, recuperó su lucidez.
De igual manera, se me informó también que fue Gerente General de un hotel turístico en Puerto Plata y que había hecho una carrera en ese sector.
Pero la noticia más desalentadora fue la que daba cuenta de su muerte, la cual fue confirmada por diferentes personas que se enteraron de alguna manera.
Nadie nunca supo de qué murió.
Cuando aquel grupo de cuatro jovencitos repletos de ilusiones salió hacia Rusia, nunca se imaginaron que el destino les tenía un camino lleno de tribulaciones.
Manolo fue el primero en perder la vida trágicamente, luego mi adversidad con el accidente sufrido, seguido del estado de locura de María y, el mejor librado, fue el Socias de Dajabón, cuya sola desdicha fue la de graduarse un año más tarde.
A pesar de los pesares, me tocó ser el único en el grupo, que terminó la universidad en el tiempo estipulado: Junio del 1982.
Nunca olvidaré a Manolo y a María.
Es como si hubiéramos asistido a una guerra.
Lamentablemente, ellos fueron las bajas.
Continuará...
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