Los paraísos de República Dominicana

 República Dominicana es uno de los diez países más pobres de América Latina, casi un 40% de su población vive en situación precaria. Unas 300.000 personas se alojan en viviendas poco dignas a lo largo de las orillas del río Ozama, que desemboca en el mar, tal como se ve en la imagen, en Santo Domingo, la capital.LA
Periodico El Pais.

Una crónica sobre la desigualdad de vivienda y vida en un país de referencia para el turismo en El Caribe, que oculta y no soluciona la pobreza de más de un tercio de su población.
República Dominicana es uno de los diez países más pobres de América Latina, casi un 40% de su población vive en situación precaria. Unas 300.000 personas se alojan en viviendas poco dignas a lo largo de las orillas del río Ozama, que desemboca en el mar, tal como se ve en la imagen, en Santo Domingo, la capital. 
República Dominicana es uno de los diez países más pobres de América Latina, casi un 40% de su población vive en situación precaria. Unas 300.000 personas se alojan en viviendas poco dignas a lo largo de las orillas del río Ozama, que desemboca en el mar, tal como se ve en la imagen, en Santo Domingo, la capital. 
 Los otros paraísos de República Dominicana
Una campaña de Oxfam y Casa Ya (colectivo que agrupa a diversas organizaciones de República Dominicana) denuncian la precariedad de vivienda en este país caribeño y llaman la atención sobre una realidad a la vista penosa; un reto para su Gobierno ante la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030.
 Los otros paraísos de República Dominicana
He aquí un recorrido por diversos asentamientos de desplazados y pobres alrededor de la capital dominicana.
Un grupo de niños en el albergue Canta La Rana ubicado en el municipio de Los Alcarrizos, en la provincia de Santo Domingo Norte.
Ernesto Aquino lee atentamente la Biblia sobre el mostrador de su colmado, situado en la calle Trinitaria (en verdad, una pendiente escalonada de cabras), del barrio de Simón Bolívar, bien cercano en su aspecto a otros como los de La Ciénaga, Los Guandules o Guachupita... Y sonríe y no se queja, dice. 

Sólo informa de que no vende demasiado y que, con ayuda de Dios (el católico), espera clientela.

Quizá le funcione. No en vano por todo Santo Domingo se pueden leer por muros y vallas pintadas esperanzadoras: “Ya Cristo viene”, “Si Dios está conmigo, quién contra mí”, “El infierno es real, Cristo te salva”... Anuncios de las distintas iglesias que crecen como setas en un país que, desde 1930 a 2015, ha sido afectado por 70 fenómenos naturales. 

Un lugar bien frágil.
Miramos alrededor. ¿Cómo podría el señor Aquino vender en una tienda semi vacía y entre pobres de solemnidad en esta zona de favelas? Peldaños más abajo, asoma la cabeza de Anabel Ramírez, de 21 años, portando a su hermosa bebé.

Ambas nada tienen que no sea tiempo estéril, un cuartucho de seis metros cuadrados o un paisaje espectacular de palmeras y barcas apiñadas allá abajo, en la orilla de una zona llamada Los Tres Brazos, allí donde se abrazan las aguas color excremento de los ríos Ozama e Isabela. Ella no aprecia ni lo uno ni lo otro.

A lo lejos, se pierde, al caer el sol, la silueta de la yolera Yaquelín, una mujer muy activa de 50 años bien largos que, acabada la jornada y para despedirnos, se apoya en la puerta de su cabaña construida a pedacitos de chapa, uralita y madera.

Unos 37 lleva en esta zona, yendo y viniendo con su barca, la yola, entre las dos orillas más paupérrimas que imaginarse una pueda.

Las aguas del río Ozama van a desembocar aquí en los puertos de San Diego y SansSouci —con proyecto turístico privado incluido, de lujo y de cruceros; en desarrollo desde hace ya lustros—, en Santo Domingo, la capital de aire colonial de este país del Caribe (de unos 11 millones de habitantes), situado en la isla de La Española.

Un país hiperconocido por ser turístico, idílico, paradisíaco. Muy querido. Un 16% del PIB del país en 2014, según el Banco Mundial, procedió del turismo; 5.6 millones de llegadas de no residentes se produjeron por vía aérea en 2015: el más alto de cualquier destino del Caribe.

Pero nuestro viaje por la República Dominicana de la mano de la ONG Oxfam tiene poco o casi nada de todo eso.

Anduvimos, primero, con Yaquelín, rodeada de los suyos y de sus vecinos de las cañadas; una ribera que agrupa a más de cien mil personas y es propiedad, dicen, “hasta donde alcanza la vista” de una familia bien conocida y rica acá, los Vicini, italianos crecidos al calor de los ingenios del azúcar.

Basta un viaje en yola para comprobar: pobres por aquí, pobres por allá... Chamizos imposibles descolgándose hacia el agua como despojos expulsados del propio casco urbano.

Hasta donde alcanza la vista. "Existe un 32% de pobreza general en el país; un 7% de pobreza extrema", había apuntado ya Jenny Torres, coordinadora de políticas públicas de la ONG Ciudad Alternativa, al mostrarnos el recorrido previsto por los asentamientos en las cercanías de Santo Domingo, San Cristóbal y Consuelo. "Vivimos en un país que se llama Punta Cana", ironiza ella sobre esta realidad tan desconocida fuera.

Un grupo de niños en el albergue Canta La Rana ubicado en el municipio de Los Alcarrizos, en la provincia de Santo Domingo Norte. 

“Las zonas turísticas son espacios cerrados, el viajero no ve ni va más allá. Sucede, por ejemplo, en Boca Chica, que es el sexto municipio más pobre del país y donde abunda la prostitución incluso de menores; o en lugares idílicos donde se alzan vallas para que no se vean lo que existe al otro lado”, contará luego Rosy Torres, consultora independiente de Oxfam.

Ella realizó en 2015 el trabajo de campo de una investigación por todos los albergues (asentamientos) de desplazados y conoce bien sus contornos y a sus moradores. Damnificados en República Dominicana. Duraderamente provisional se titula el informe, escrito por Jenny Torres.

Ambas son algunas de las personas que ponen voz a este desastre que definen como "La NO política de vivienda" o “Crisis habitacional”: la inversión prevista en vivienda social para 2017 en el país es del 0,03% del PIB.

Y siguen: “República Dominicana ha ido creciendo, es verdad, pero el desempeño social no se corresponde con lo crecido”. Algo que también apunta el Banco Mundial: "La República Dominicana ha disfrutado de una de las tasas de crecimiento más altas en América Latina y el Caribe en los últimos 25 años...acelerado nuevamente desde el 2014, a un 7% anual.

Sin embargo, a pesar del notable desempeño económico, el crecimiento no ha sido tan inclusivo como en el resto de la región; uno de cada tres dominicanos permanece por debajo de la línea de pobreza".

Chamizos, chabolas, albergues, bateyes (zonas donde habitan trabajadores de la caña, muchos haitianos) sin agua, ni luz, ni inodoros se convierten, así, en nuestro destino diario.
El hijo de Socorro Euclides Pimentel Encarnación mira la televisión en el interior de La Marina, uno de los albergues más precarios y olvidados, un antiguo cuartel militar de la época del dictador Trujillo, tristemente conocido. La familia vive allí desde hace 18 años. Las ruinas del edificio acogen hoy a varias decenas de familias que huyeron de la devastación de las tormentas tropicales que afectan regularmente al país. Entre 1930 y 2015, se registraron 70 ciclones o huracanes en el país. La situación de este lugar no puede ser más paupérrima e infernal: sin agua ni saneamientos, guardan los desperdicios y excrementos en bolsas de plástico que se amontonan cual montaña en una de las dependencias. Y nadie pasa a recogerlas a pesar del olor y del peligro para la salud.
No sólo es en la ribera del Ozama. Son también asentamientos como Los Barracones, Alfa 4, La Marina, George… Con población desplazada interna o externa (haitianos en su mayoría).

Unos llegaron por necesidad económica; otros, empujados por las catástrofes naturales que no cesan: ciclones, inundaciones, terremotos, tormentas tropicales de distinto pelaje y nombre (David, Frederic, George, Olga y Noel) que se ceban con gusto en los más desfavorecidos.

“Todo lo que aquí sucede [en República Dominicana]”, dice Juan Miguel Pérez, sociólogo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, “se explica en tres conceptos: Reproducción social, segregación social y déficit democrático".

“Naces y ahí sigues por siempre", afirma. "De cada 100 personas que vienen al mundo en este país, menos de un 2% cambia del estrato social en el que nació: un 18% retrocede, y el 78% queda estancado.

Esto implica mucha segregación social y económico pero también de capital cultural, ese bagaje que te da la capacidad de entender tu situación e interactuar para cambiarla.

La segregación y la desigualdad existen físicamente en los territorios, cada uno tiene sus condiciones, su lenguaje…, y ésta es también racial, tiene color.

Aquí hay muy ricos que nadan en la abundancia y piensan, comen y viajan o viven como todas las élites.

Luego están los de nivel medio, que miran hacia los dominantes y se aprecia lo que son a través de la publicidad, consumen servicios privatizados, viven en espacios reducidos y protegidos o fuera del país.

Están las clases que sobreviven, con altísimos niveles de desempleo, 60%, y salarios míseros de unos 200 dólares mensuales: los pobres y los extremadamente pobres".

Y entre estos últimos, recuerda, un grupo que arrastra una carga aún mayor: las mujeres dominicanas que trabajan en el exterior, alejadas durante años de sus hijos y familias y contribuyendo con una importante inyección al PIB del país, pues las remesas representan un 7%.

"La recuperación de un hogar pobre de un solo desastre puede durar toda una generación entera", dice el Banco Mundial. Y sigue: "RD está muy expuesta... Aproximadamente el 92% de su producción económica y el 97% de su población se encuentran en zonas vulnerables a dos o más tipos de desastres naturales.

La ubicación geográfica juega un papel preponderante que explica este alto grado de exposición a los fenómenos meteorológicos, pero también lo explican las debilidades estructurales como son el crecimiento urbano no planificado, degradación del suelo, y débil aplicación de los códigos de construcción y las regulaciones de zonificación".

Aquí y allá vemos seres humanos pegados a un paisaje, a un tipo de vivienda, a una estética, a una clase de comida y ropa precarias, a tradiciones plagadas de supersticiones y religión, a un nivel de vida tan insuficiente que condena a la desnutrición, a las infecciones, como dengue o chikunguña y la enfermedad.

Un panorama de calles sin asfaltar, falta de saneamiento y servicios, hasta de identidad: un 31% de personas sin actas de nacimiento habitan en los asentamientos.

“Existen además lo que se llaman "las marcas del refugio" interiorizadas: sin documentación, no existo; no tengo derecho a ser avisado ante amenaza climática; no tengo derecho a protestar; y debo negarme a mí mismo para existir.

No has de decir nunca donde habitas”, recuerda Loeny Santana, activista del Foro Ciudadano, sobre el informe de damnificados de Ciudad Altenativa citado arriba. Y aún peor, encontramos una gran mayoría de personas afectadas por el mayor de los males: la resignación. Si naces aquí es que la vida es así.

La conciencia de la pobreza como destino irreversible que todo lo arrastra. “Así lo quiere Dios…” es la frase más escuchada. Si Dios lo quiere, ningún Gobierno lo puede cambiar.

¿Pero qué hace el Gobierno para atender a las familias más necesitadas cuando no tienen ni siquiera un techo? Desde el ministerio de Economía nos remiten a sus memorias institucionales de los últimos años donde se incluyen planes contra lluvias y desastres y medidas de acción. Hay proyectos de vivienda y de realojo de afectados, sí.

Como las zonas de Juan Bosch y Nueva Barquita, que también visitaremos: allí se ven nuevas construcciones, viviendas amplias y cómodas, pero apenas hay tiendas en los bajos, ningún trabajo ni formal ni informal cerca. El texto remitido desde el Gobierno, de 2013, señala.

"Hoy se inicia la construcción de la Nueva Barquita, donde serán reubicadas unas 1,620 viviendas y más de 5,500 personas, aquellas que viven en zona de riesgo, dentro del barrio La Barquita.

Construyendo viviendas dignas, entre 65 y 55 m2, en edificios de apartamentos de 4 niveles, algunos con el primer nivel comercial. Se priorizará a las personas envejecientes y con dificultades motrices, ubicándoles en los primeros niveles y manejando criterios de movilidad universal. No solo se construirán viviendas, se dispondrán también de equipamientos y dotaciones...".

El lugar está impecable, hay escuela, canchas de baloncesto y otros deportes, algún colmado, contenedores de basuras, y pasan autobuses con regularidad. Los vecinos muestran mucha satisfacción y mucha queja al mismo tiempo.

La mayor de estas es que se les consulta muy poco a la hora de plantear necesidades o planificar soluciones, a la hora de diseñar las viviendas, el barrio, los servicios.

“Y el 90% de los proyectos para desplazados se desarrollan en Santo Domingo, y no en las zonas más empobrecidas; hay un déficit de 865.829 viviendas y la oferta existente representa 70.961 viviendas, es decir apenas un 8,2% de lo necesario", afirma Jenny Torres.

"Además, el sistema de fideicomisos que también ha puesto en marcha el Gobierno —donde éste da un aval para facilitar terrenos—  resultan ser al final viviendas para asalariados, porque tienen un precio que implica tres sueldos al menos, lo cual saca a muchos pobres de esta opción”.
Marcha reivindicativa en Santo Domingo contra la corrupción y la impunidad de los delitos (en referencia a los implicados en el caso Odebrecht).
Marcha reivindicativa en Santo Domingo contra la corrupción y la impunidad de los delitos (en referencia a los implicados en el caso Odebrecht). 

Tal situación precaria está siendo denunciada estas semanas a través de una campaña de Oxfam y Casa Ya (iniciativa que agrupa a las organizaciones parte de la mesa de vivienda de Foro Ciudadano y otras ONG), con el objetivo de llamar la atención del Gobierno dominicano sobre una realidad a la vista penosa.

Si el 71% de la población carece de vivienda digna en el país ¿por qué no invertir más en el sector hasta llegar al 1% del PIB? Y OXFAM y Casa Ya no sólo se lo preguntan sino que  proponen y dan ideas para reducir gastos de aquí y allá y conseguir tal cantidad de fondos.

Rosa Cañete, Coordinadora contra la Desigualdad en América Latina y El Caribe, y Rafael Jovine tiran de datos y gráficos para mostrar cómo arañar de los gastos de Gobierno existentes, eliminar corruptelas, prácticas clientelares y dispendios y conseguir la financiación necesaria.

Algunas frases de la campaña son: "Sólo en publicidad y propaganda, el Gobierno gasta tres veces más que en vivienda", "Propaganda, corrupción, botellas... El Gobierno dominicano malgasta alrededor de 2.2% del PIB nacional que podría utilizarse en garantizarle el derecho a la vivienda, entre otros".

La reforma fiscal está ahora, además, sobre la mesa. "No se recauda suficiente en este país, tras Guatemala es el segundo país con menor presión tributaria. Según la ONU, sólo 14% del PIB; faltan 6 puntos para llegar al 20% y cumplir con la agenda de Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero la política fiscal es un círculo en sí misma: para recaudar más y mejor se tienen que garantizar servicios a la ciudadanía, pero aquí no se reciben adecuadamente", apuntan.

"Un sector público que no gasta lo suficiente ni particularmente bien para reducir la pobreza", lo define el informe Para construir un futuro juntos. Notas de política de República Dominicana, publicado en octubre de 2106 por el Banco Mundial, donde el organismo internacional hace sugerencias al nuevo Gobierno del país (Danilo Medina y el Partido de la Liberación Dominicana ganaron por segunda vez en mayo de 2016) pero, curiosamente, no hay mención a la promoción o incremento o inversión de vivienda de ningún modo, ni esta es considerada política social (es más la palabra vivienda brilla por su ausencia en el informe).

El albergue de Canta la Rana
Situado en Los Alcarrizos, era temporal, como tantos otros, hasta que el propio paso del tiempo lo ha hecho permanente. En barracones se asentaron familias expulsadas de sus lugares de origen por la fuerza del ciclón David en 1979.

“Todo el mundo aquí tiene una historia alrededor de él y de la tormenta Frederic que vino después y anego todo durante 15 días”.

Hoy es día de mercado en esta localidad del extrarradio de la capital y el ajetreo es total: guaguas yendo y viniendo, gritos en los colmados, carteles ilustrativos (“36% de las adolescentes de Los Alcarrizos quedaron el año pasado embarazadas”, "Ojo a la epidemia de conjuntivitis"), los picapollos a rebosar (brutal fue la noticia de los pollos “ahogados” de los chinos, que los matan de ese modo, aseguraban los periódicos, para que la carne esté más fresca) y coches tuneados aquí y allá con altavoces gigantes para montar karaoke nocturno en cuanto se pueda.

El albergue está esquinado y en el habitaban 600 personas. El presidente de la Junta de Vecinos Alfa y Omega, Dolores Félix, nos cuenta cómo fue asentándose la gente; cómo sí, es verdad, que se han hecho planes y proyectos de realojo, y ahí mismo al lado se ven los bloques de apartamentos: "Pero el Gobierno asegura que todo el mundo tiene casa ya, y nosotros decimos que no, como puede usted comprobar. Porque muchas viviendas se dieron a quienes no estaban en lista".

Hay mujeres poderosas viviendo en estos barracones, como Carmen Félix, Beatriz Bais o Daisy Irene Félix, de 63 años, que sirve café desde su chabola y todo lo sabe y lo ve desde su mirador de madera. En los primeros tiempos ella preparaba comida para los damnificados. Su memoria es la  un tiempo y una situación aún pendiente de solución. “Yo sigo peleando para conseguir algo”, asegura.

Claudio Sánchez, de 86 años, está sentado a la puerta de su chabola, como hacen tantos para pasar las horas. Charlar forma parte de la vida cotidiana. “Los seres humanos a veces nos descontrolamos”, suelta, para confirmar que sí, que aquí hubo mucha droga, violencia y delincuencia, y que la policía viene mucho en busca de cuartos. "Agarran a cualquiera y luego si no pagas no lo sueltan", nos cuentan. “Hubo un tiempo en que hubo mucha lucha en estos barracones”, afirma. 

Lo confirma Félix. Como cuando, hartos de mandar cartas desde la junta de vecinos para arreglar la calle principal y que no les hicieran caso, decidieron sembrarla entera de bananos. "Vino bandada de policías". Al final les entregaron materiales para aceras y canalización de agua y que se lo construyeran ellos solos. Y aún de vez en cuando arrecian las protestas: “Pero no todos participan, muchos tienen miedo de perder lo poco que poseen, pues los tienen todo en contra”. 

Así, en el recorrido, unos muestran la fosa séptica, otros su altarcito a varias vírgenes y dioses, las cucarachas o ciempiés, el baygón a todas horas para espantar mosquitos, la falta de sitio para cocinar o tender la ropa… Y hasta los agujeros de las balas. 

Como Natanael de la Cruz, que lleva un drenaje desde hace dos meses y lo lleva ahí al aire. “Un mal entendido fue”, asegura.

El hijo de Socorro Euclides Pimentel Encarnación mira la televisión en el interior de La Marina, uno de los albergues más precarios y olvidados, un antiguo cuartel militar de la época del dictador Trujillo, tristemente conocido. La familia vive allí desde hace 18 años. Las ruinas del edificio acogen hoy a varias decenas de familias que huyeron de la devastación de las tormentas tropicales que afectan regularmente al país. 

Entre 1930 y 2015, se registraron 70 ciclones o huracanes en el país. La situación de este lugar no puede ser más paupérrima e infernal: sin agua ni saneamientos, guardan los desperdicios y excrementos en bolsas de plástico que se amontonan cual montaña en una de las dependencias. Y nadie pasa a recogerlas a pesar del olor y del peligro para la salud. 

Los casos Alfa
Unas 150 familias habitan en un lugar llamado Alfa 4 que acogió a afectados del George (1998) y Noel y Olga (2009). Se trata de una situación similar a la de Los Alcarrizos, pero en el centro de San Cristóbal, la que fuera ciudad del dictador Trujillo, en un edificio que era antaño el Instituto Agrario. 

Allí es Saladín Santana, alias Rambo, de la Junta de Vecinos, quien nos espera y nos hace de guía. "Hay capas de desplazados aquí, de tres etapas, hubo un tiempo en que sacaban y traían según los huracanes", cuenta mientras cruzamos ante un par de casas quemadas.

La zona no ha sido históricamente tranquila. Unos cuentan sobre sus casas originales perdidas por crecidas del río; otras, como Miguelina Jiménez, sobre maridos desaparecidos: "Un día vino alguien acá y me lo mató". 

Se negó, dice, a que se instalara en Alfa 4 un punto de droga. Para Francia Tejera, de 23 años, su vida anterior tenía exactamente color violencia: "Tuve que salir corriendo de mi casa y dejar a mis hijos, de siete y cuatro años, porque él [su marido] me pegaba". 

En su cara y sus brazos se aprecian las marcas. Ahora no sabe bien a qué dedicarse ni qué hacer: "Cursos de cocina o de belleza. O quizá emigre a Chile, ahora hay mucho trabajo doméstico allá". 

Cae la tarde, llegan hombres del trabajo en la ciudad, crecen los grupos sentados ante las puertas de las chabolas, los sonidos de músicas y voces y el olor a cerveza. "Este barrio está curado ahora", asegura Rambo, "antes todo eran pleitos y peleas, pero ahora ya todos esos tigres están presos y los jóvenes están tranquilos".

La más terrible situación del lugar es en la que viven Giselle, de 36 años, embarazada y madre de cinco hijos, y su compañero Francisco de la Rosa, de 34, que procede de otro sector al que llaman La Piscina.

"Nadie viene a interesarse por nosotros", dice ella en un cuchitril que acongoja hasta en su descripción. Hornillos, telas, colchones, plásticos en el techo, goteras... ¿Debería hacerlo alguien? Descubrimos enseguida, al girar la cabeza en el recinto, la razón. 

Giselle no pide atención para ella, sino para su hija discapacitada de siete años, tirada como un trapo encima de la cama. Deficiente, casi ciega, inmovilizada, sin manera ni modo, ni espacio siquiera para poder entrar en la casucha con una silla de ruedas. 

Preguntados sus vecinos sobre ayudas para alimentos o pañales, nada responden. Se encogen de hombros. La mitad de las familias están ocupadas ya esperando un inminente reasentamiento. 

Hay una lista aún no pública. Pero Giselle no espera estar en ella.

De los tejados de unas chabolas se puede subir hasta las otras y desde allí, desde las azoteas se aprecia bien el perímetro del albergue, su paisaje de tejados roídos y gris uralita, de tiempo consumido.

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