Mi vida entre dos monstruos (13): los juegos olímpicos y el viaje a dominicana.
La relación con Natasha fue disluyéndose entre el
tiempo y la distancia. Tampoco ayudó el que ambos estuviéramos muy ocupados
en los años finales de nuestras carreras.
A principios del 1980 decidimos terminar en buenos
términos, aquella bonita relación que mantuvimos entre Kishinev y Moscú.
Durante ese año en la capital soviética solo se
hablaba de un tema: los juegos olímpicos que tendrían lugar en el verano en la
ciudad que aloja la Plaza Roja y el Kremlin.
Mientras tanto, me apersoné a la embajada de
Estados Unidos en Moscú, para solicitar una visa de tránsito que me permitiera llegar
a República Dominicana por la vía más rápida.
Me recibieron con toda amabilidad y me otorgaron
la visa con dos entradas y dos salidas en cuestión de minutos. La C-1 era
vigente desde el 18 de abril del 1980 al 15 de octubre del mismo año. No hubo filas ni papeles que mostrar.
La Guerra Fria tenía sus cosas buenas.
Ese verano de 1980 trabajé en las minas de hierro
de KriboiRog en Ucrania. Esas canteras eran de las más grandes productoras de
ese mineral en todo el planeta.
Estuve asignado como ayudante en una máquina de
hacer barrenos (hoyos), que luego eran llenados de explosivos para ser explosionados
cada miércoles.
Con lo que gané en mi trabajo de la mina, más otra
parte que me prestó mi gran amigo colombiano Henry Lamos, pude armar el tan
ansiado viaje a mi país.
La XXII Olimpiada se celebró en Moscú del 19 de
Julio al 3 de agosto de 1980. Se hizo muy
popular en todo el mundo la mascota de los juegos: el ositoMisha.
Estos eventos son recordados por la división del
movimiento olímpico internacional, ya que Estados Unidos llamó a sus aliados a
boicotear los juegos de Moscú.
El argumento era la intervención militar soviética
en la guerra civil de Afganistán.
El presidente Jimmy Carter amenazó con revocar el
pasaporte a cualquier atleta estadounidense que intentara participar.
A Estados Unidos se sumaron Alemania Occidental,
Canadá, Japón, Turquía y Noruega.
De Latinoamérica se sumaron Argentina, Chile,
Bolivia, El Salvador, Haití, Honduras, Panamá, Paraguay y Uruguay. La mayoría regidos, en ese tiempo, por dictaduras
militares.
Puerto Rico apoyó el boicot, pero sus atletas decidieron
participar bajo la bandera olímpica.
El gobierno “progresista” de Antonio Guzmán en la
República Dominicana y su Partido Revolucionario Dominicano (PRD) apoyaron la
posición de Estados Unidos.
Sin embargo, el presidente del Comité Olímpico Dominicano
(COD), ingeniero Roque Napoleón Muñoz, en una actitud “enaltecedora
y valiente”, desafió el boicot del Estado Dominicano y decidió la
participación dominicana.
El gobierno no otorgó ninguna ayuda económica y
prohibió la participación de los atletas militares en la cita de la Unión
Soviética.
La creatividad y la solidaridad dominicana se pusieron
de manifiesto, ya que el COD emitió bonos de 50 centavos, que el pueblo compró masivamente,
y se hizo posible el sueño del movimiento olímpico de nuestro país.
La delegación dominicana estuvo compuesta por 35
atletas que compitieron en 10 deportes.
Recuerdo que asistí junto a un grupo de
estudiantes dominicanos al Estadio Olímpico de Moscú, donde apoyamos la
participación de nuestra Marisela Peralta, quien compitió en los 100 metros
planos, quedando en el octavo lugar.
Conversamos con ella después del evento y le preguntamos
sobre la experiencia vivida.
“Esas blancas vuelan”, nos dijo con cierta resignación
al referirse a la participación de las rusas y alemanas orientales que ocuparon
los primeros lugares.
Aproveché y compré el Mishamás
bonito y grande para llevarlo como regalo a mi amiga Ana Andrea de Puerto Rico.
El 17 de agosto emprendí mi regreso a dominicana después
de una ausencia forzada de 4 años.
El avión de Aeroflot que había despegado del
aeropuerto Sheremétieva temprano en la mañana,
voló a través del Polo Norte y después se dirigió hacia al sur, aterrizando en
la isla de Terranova en Canadá.
Después de esa escala técnica, nos dirigimos hacia
Washington, DC, donde llegamos pasado el mediodía y desde donde nos enviaron en
un bus hacia Nueva York.
Después de cerca de 4 horas de viaje admirando las
modernas carreteras americanas y los grandes carros Chevrolet
y Ford que viajaban a alta velocidad, llegamos a las oficinas de Aeroflot en el
centro de Manhatan. Me sorprendió la
gran cantidad de basura amontonada en las aceras para ser recogidas.
En Moscú no se veía basura en las calles a ninguna
hora.
Mi vuelo hacia Santo Domingo era al siguiente día temprano
en la mañana. Tuve que echar la noche en el aeropuerto internacional John F.
Kennedy, ya que la aerolínea rusa no me pagó un hotel.
Pero eso era lo de menos. Lo único que me interesaba era pisar tierra “quisqueyana” y saludar a mis familiares y amigos
después de tanto tiempo.
Al fin, temprano el día 18 de agosto, la nave
perteneciente a American Airline despegaba rumbo a Santo Domingo, que en ese entonces,
era el único aeropuerto internacional.
Me encontraba en la fila de emigración cuando alguien
vestido de civil, pero que tenía la pinta inconfundible de militar, llamó mi
nombre y me pidió que lo acompañara.
Me condujo por varios pasillos hasta llegar a una pequeña
oficina. Allí, otro que parecía militar me preguntó mis datos personales y
luego el primer oficial me condujo hacia un pequeño cuarto.
El lugar tenía una silla en el centro y me ordenó sentarme. Confieso que estaba asustado, no tanto por temor
hacia estos militares, sino porque a lo mejor me conducirían a alguna cárcel y
no podría regresar a Moscú a terminar mis estudios.
Tomé la iniciativa y pregunté si estaba detenido. Me
dijo con arrogancia que las preguntas las hacía él.
Nunca se identificó. Apagó todas las bombillas y
prendió una especie de luz torturadora, ya que me daba directamente a la cara y
no podía ver a quien me interrogaba.
Me preguntó sobre mi vida en Rusia, si había recibido
entrenamiento militar, si era verdad que estaban ahogando a los estudiantes dominicanos,
si algunos de nosotros había viajado a Vietnam, si era miembro del Partido Comunista
Dominicano, si sabía quien era Marx y Lenin, etc, etc, etc.
En lo que me hacía las preguntas, pensaba en lo
desesperado que estaría mi padre esperando por mi regreso, sabiendo que mi
avión había aterrizado y yo no aparecía.
Pedí que informaran a mi familia que estaba detenido
y la petición fue denegada. Es más, no me hizo caso.
No se me ofreció ni siquiera un vaso con agua.
Después de más de cuatro horas de insensato e
ilegal cuestionamiento, se me permitió seguir mi camino y encontrarme con mi
padre, que impacientemente me esperaba caminando de un lado a otro del
aeropuerto.
El gobierno de Antonio Guzmán quitó los
impedimentos a nivel de opinión pública, pero los energúmenos del DNI seguían vulnerando la libertad de tránsito de los
dominicanos.
Nuestros nombres estaban todavía en sus archivos y
continuaban recordándonos, que esa estructura militar represiva y abusadora, permanecía
intacta.
En mi próximo escrito les hablaré de mi estadía de
más de un mes en mi país, así como de un viaje inesperado a Puerto Rico en
medio de mis vacaciones.
Continuarà…
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