Al amigo Pedro Juan Diloné.
Pedro Juan Diloné.
Por Marcelo Peralta
En un coloquio entre cuatro maestros, cuatro amigos, cuatro sabaneteros
hablamos de todo un poco.
Tanques donde horneaba los pollos. Foto cedida por Ricardo González Quiñones
Ellos, Juan Pablo Bourdierd, Tania Olivo, Ricardo González Quiñones y
quien suscribe.
Bourdierd, Olivo y González Quiñones están activos cada uno en sus áreas;
yo, en cambio estoy pensionado.
En principio compartíamos Juan Pablo Bourdierd y yo y al fondo retumbó
una voz femenina.
Atento, Juan Pablo Bourdierd exclama: Esa es Tania, es una voz única e
inconfundible.
De inmediato discrepo y Juan Pablo Bourdierd dice no, como la voz de
Tania no hay otra en el mundo.
Minutos después se acerca y aunque andaba comprando tres artículos, daba
vuelta a la cabeza ya que uno se le había olvidado.
Permaneció por largo rato con el escape del artículo y la invitamos a
una cerveza petición que rechazó.
Minutos después Juan Pablo Bourdierd y Ricardo González Quiñones se telefonearon.
En el ínterin llega Ricardo González
Quiñones y Tania reacciona y memoriza el nombre del artículo que buscaba en el
supermercado Doble A.
Sin preámbulo, Ricardo González Quiñones muestra una foto de los dos
tanques usados por Pedro Juan Diloné para horneaba pollos que pregonaba a sus
compueblanos.
Frío, sudoroso y en éxtasis me quedé cuando Ricardo González Quiñones mostró
en su celular los tanques donde Pedro Juan horneaba los pollos.
Ni tonto ni perezoso me levanté temprano y fui al lugar a tomar fotos.
Podría decir todas las cosas de este buen hombre sabanetero.
Que fue un placer haber estudiado en nuestras adolescencias y compartir
la misma aula.
¿Qué por qué se has ido?.
Que cuesta hacerse la idea de que su risa no llenara más noches en esa
acera de la avenida Juan Pablo Duarte frente a la estación de gasolina Texaco.
¿Quiénes no echaran de menos la anatomía de Pedro Juan en ese lugar?.
¿Qué ciudadano no extrañará la ausencia de este hombre humilde,
trabajador, que abrazaba a sus amigos y amigas?.
¿Que me duele no poder decirle adiós por lo rápido de su muerte?.
Su ausencia se hace insoportable.
Podría decir tantas cosas, pero, para qué si no vas a volver.
Dicen que algo se muere en el
alta cuando un amigo se va.
Al momento se recibir la infausta noticia de la muerte de Pedro Juan y
la foto mostrada por Ricardo González Quiñones supe que algo se me fue.
Sí, es verdad porque se me fue aquel amigo sincero, que daba abrazo y
mirada contagiosa.
Esa sonrisa a flor de labios y las alabanzas de ¡que tú siempre anda
vestido lindo!.
De ese contagioso me quedan los recuerdos, las fotos, las sonrisas, las miradas de arriba hacia abajo como
retratando el cuerpo entero y sus carcajadas a granel.
Y la pregunta de siempre: ¿Tú te acuerdas cuando estudiábamos en la
escuela José María Serra que papa tenía que ir todos los días porque yo peleaba?.
¿Cuántas tantos sueños para apurar el hilo de su cuerpo le habría robaría
Pedro Juan horneando pollos para venderlos a sus compueblanos?.
Pero me faltas tú y ese amigo fiel que se ha ido y no volverá jamás.
Se ha ido ese inigualable timbre de voz, la crudeza de sus manos al
saludar, tus benditas locuras, tu forma de abrazar a los amigos queriendo echárselo
encima.
Tu ida nos hará mucha falta.
No obstante, las cosas
cambian un poco.
Me sentí triste al recibir la
noticia de tu muerte.
Y es que uno construye su
vida con otras personas y si le falta alguna se tambalea, va de lado el pilar y
llega un tiempo en que se cae la casa.
Apreciado quiero decirte
que hubo un tiempo en que yo estaba aún más dolido que ahora, que lo veía oscuro,
que se me había olvidado hasta el sonreír.
Un día mi vida cambio y mis
circunstancias.
Cuando estaba postrado en
cama con aquella enfermedad donde no me aseguraban vida y sin saber cómo ni con
quien conseguiste mi número de teléfono y recibir esa llamada con esa voz tan
varonil diciéndome cuidado si se muere que usted es de los muchachos buenos de
este pueblo: ¡Carajo!.
Entonces, después de ahí,
sentir más ánimo, fortaleza de seguir viviendo, aumento mi perseverancia y con
la ayuda de Dios volví a caminar.
Al mejorarme decidí ir a Santiago
Rodríguez, no visité a mis hermanos y hermanas, sino ir al parque Juan Rosado Capellán
que era donde echaba el mayor tiempo del día para reciprocar ese gesto, darte las
gracias por esas fuertes palabras y decirte que Dios me habia dado otra
oportunidad y que yo estaba caminando.
Llegó ese día en que pude
ir a saludarte, más sin embargo, no tu fuerzas en ir a despedirte.
Pero, quiero que sepas, al
igual que tus familiares y el pueblo de San Ignacio de Sabaneta que estará entre
los amigos seleccionados.
Hoy, pasaste a formar parte
de mi historia, a ser un personaje más del libro en blanco que es la vida.
Que por ser como era, te
ganaste, por derecho, un trocito de mi amistad, que te recordare siempre,
porque ya se fuiste.
Eras y serás siempre mi amigo.
Ojala, que alguien de los
hacedores de proyectos, sometan una moción a la Sala Capitular y que sea aprobada
por los concejales que una calle lleve tu nombre para la memoria.
Te has ido, querido amigo.
¿Y ahora qué?.
Para ti es muy fácil, pero difícil
para los que quejamos aquí asimilar tu partida.
La herida que has dejado
desgarra a muchos de tus amigos, y me imagino el vacío creado en tu familia
arrancando lágrimas empapando pañuelos y servilletas.
Mañana posiblemente deje de
doler, no obstante cuando eche la vista hacia la acera de Comanchu y veas los
tanques ahí no te garantizo que la cicatriz dejada por su partida no se agriete
de nuevo.
Pasar por ahí es decir
tristeza y soledad y los recuerdos se harán más insoportables que cuando tú
estabas en ese lugar.
Quizás, habrá que dejar de
pasar por ese lugar y no ir al restaurante de “Los Tres Hermanos” para no ver
los tanques y no veré a mi amigo y compañero de estudios, sino que lo que veré será
la soledad que dejaste.
Tal vez pueda hacer un
esfuerzo de recordarte sin que algo me desgarre en lo más profundo de mi ser.
Pero hay otros problemas.
¿Cómo visitar el Parque
Juan Rosado Capellán y el Pica Pollo de ñey
sin que aparezca tu silueta?”.
Quienes te conocimos y te valorábamos
veremos tu ausencia en esos lugares.
Tal vez, algún día, pueda,
de una vez, olvidar ese timbre de voz fuerte, pero ya no será tu voz.
Ya no, porque te fuiste
para no volver jamás.
Querido amigo Pedro Juan y no estoy hablando
de aquella estrofa del merengue Pedro Juan, sino del amigo sabanetero cuya
partida al más allá en dio un duro golpe.
Mientras me alejo de la
avenida Juan Pablo Duarte se cicatriza mi herida, te echo de menos, pero al
cruzar por las cercanías vuelvo a recordarte por la amistad entrañable que existía
entre ambos.
Mientras tanto, solo me
queda la soledad y esa vana esperanza que albergo algunas horas de toda esa
terrible pesadilla.
Nunca se me había nublado
la vista al morir un amigo, pero debo entender que la vida sigue y que Dios te acogerá
a su lado por las obras que hiciste en la tierra.
Reponerme por los efectos de
su partida, porque es la única forma que tengo de continuar, de poder sonreír y
hacerme el fuerte al pasar por la avenida Juan Pablo Duarte, el Parque Patria y
la última vez que te ví fue antes de las elecciones del 15 de mayo 2016 en el
local del PRM que le susurraste al oído a Félix Marte de mi presencia en el
local.
Adiós, “amigo”.
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