Mi vida entre dos monstruos: pasaporte para un sueño.
Por: Luis Amílkar Gómez
A raíz de un programa dedicado
a los profesionales graduados de los antiguos países socialistas, transmitido recientemente
en la Z101 de Santo Domingo, algunos amigos me llamaron para que me animara a
contar mi experiencia.
Don Papote Cruz,
padre de Luis Amilkar Gomez.
Escuchando a esos compañeros
dar sus testimonios en “Los Sabios por la Z”, que produce el Ingeniero Ramón
Alburquerque, se refrescaron en mi mente recuerdos que podrían ser de interés
no solo para mis amigos, sino para cualquier ser humano que busque su superación.
He
aquí mi historia.
Un día cualquiera del mes
de diciembre del 1975, estando en la redacción de la Situación Mundial en
Santiago, el dirigente del Partido Comunista Dominicano (PCD), el siempre recordado
Domingo Rosario (El Buey), me habla por primera vez de las becas de los países socialistas.
Me interesaron mucho sus informaciones
y le pedí un formulario de solicitud, el cual llené y entregué en los días subsiguientes,
sin tener mucha esperanza porque, generalmente, las becas que ofrecían en mi
país, se repartían entre amigos y familiares cercanos.
Por un tiempo me olvidé de
eso. Pasaron los días y los meses.
Hasta que el sábado 14 de
agosto del 1976 recibí una llamada de El Buey que me dejó boquiabierto.
“Luis, tuve callegó y tiene
que estar en la capital el miércoles listo para viajar, te pedimos total discreción
dada la situación de represión en el país”.
Estábamos en medio de la
era de los doce años de Balaguer, donde cualquier libro que mencionara la
palabra “revolución” era considerado “literatura comunista” y conllevaba prisión
automática.
Peor todavía, por ley
estaba prohibido viajar a países socialistas, aunque irónicamente, el pasaporte
dominicano decía que era bueno para viajar a “Todo el mundo”, pero más abajo rezaba:
“Este pasaporte no es válido para viajar a Cuba, China Comunista, Rusia, y
demás países satélites de la órbita soviética”.
Recuerdo que en el cuartel
del Ejército Nacional en mi pueblo había un letrero que decía: “Soldado, el
comunismo es tu enemigo”.
Entendía que tenía que moverme
rápido ya que no tenía pasaporte. Para
obtener este documento, primero se necesitaba una acta de nacimiento, que tenía
que sacar en mi pueblo de San Ignacio de Sabaneta, Santiago Rodríguez, la cual tenía que ser legalizada en la
capital y era sábado en la tarde.
El domingo 15 de agosto llegué
temprano a San Ignacio de Sabaneta, pero claro, la oficina de la Oficialía
Civil estaba cerrada.
Sabía que el encargado era
Cotón Hidalgo, de quien me dijeron estaba de pasadía en el balneario del rio Guayubín
con un grupo de amigos.
Llegué al rio y le mentí a
Cotón diciéndole que la beca era hacia España.
Se negó reiteradamente a
ayudarme aduciendo correctamente que era domingo y que la oficina estaba cerrada.
“Mi hijo, ve mañana temprano
y te prometo que te atiendo de primero”, me dijo en lo que parecía ser su sentencia
definitiva.
Cuando casi perdía la
esperanza de convencerlo, un amigo suyo que escuchaba la conversación, me dijo que
eso se resolvía con dos botellas de Brugal blanco, su ron favorito.
Me fui a un colmadito cercano
y regresé “artillado”. Le puse la bolsa conteniendo
la bebida a su lado, chequeó lo que había adentro y me susurró al oído: “te voy ayudar solamente porque eres hijo de
mi amigo Papote”.
El lunes 16 de agosto, a
las siete de la mañana, ya estaba en la fila de la Oficialía Civil en el Centro
de los Héroes de la capital, para oficializar el acta, pero la línea era
extensa ya que esa era la única oficina que servía a todo el país.
Exactamente a las ocho, abrieron
la dependencia pero la fila no se movía y rápidamente me di cuenta cual era la
razón del entaponamiento. Me le acerqué
a un sujeto y le ofrezco cinco pesos, lo tomó y en 15 minutos ya tenía mi
documento.
Antes de las doce estaba de
regreso en Santiago y me dirigí a la Oficina del Pasaporte que estaba en la
calle El Sol y pregunté que si era posible obtener el pasaporte el mismo día. Se burlaron en mi cara y me preguntaron que si
yo estaba loco, ya que el proceso tomaba por lo menos una semana.
Regresé a casa y esa noche
no dormí. Me quedaba solamente el martes para conseguir el pasaporte. Entendí que
necesitaba ayuda.
Llamé a mi Jefe Ramón De
Luna, quien siempre ha sido una persona servicial e influyente en Santiago, y
quien ya estaba al tanto de la verdad de mi viaje. Ramón me acompañó la mañana del martes 17 de
agosto a la oficina del pasaporte y la directora nos recibió muy amablemente.
Después de Ramón explicarle
lo de la beca, esta vez para el Canadá, la señora llamó a su asistente y le
ordenó que quería el pasaporte en 20 minutos.
No terminamos de tomarnos
el café que nos ofreció, cuando me trajeron el pasaporte para firmarlo. Así da gusto.
Al otro día, 18 de agosto, mi
madre que no estaba de acuerdo con el viaje se negó a despedirse encerrándose
en su cuarto, pero mi padre me acompañó a la calle José Gabriel García de
Ciudad Nueva en Santo Domingo, donde me esperaba el coordinador de la beca señor
Juan Persia.
El señor Persia, quien en
ese entonces era miembro del Comité Político del PCD, era quien calmaba los
nervios a los que como yo, aún siendo muy jóvenes, viajábamos no solamente hacia
lo desconocido sino también hacia lo prohibido.
El jueves 19 de agosto fue dedicado
por el señor Persia a darme instrucciones sobre el viaje. Me dijo que iba a
Moscú, que no podía conocer a mis compañeros de viaje sino hasta que el avión
se estabilizara en las alturas y que la señal era levantar la mano izquierda.
Me recomendó comprar algún
disco y algún ron para los estudiantes que ya estaban en Rusia.
Finalmente, el 20 de agosto
del 1976, salía del Aeropuerto de Las Américas, en un vuelo de la aerolínea holandesa
KLM rumbo a Curazao.
Emprendía un viaje sin un
regreso aparente.
Porque cuatro días después,
aparecería en la prensa nacional mi nombre, junto al de otros tres dominicanos
IMPEDIDOS de entrar a nuestro país, por viajar a una nación de las que ellos llamaban
comunista.
Continuará…
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