Mi vida entre dos monstruos (9): La muerte de Manolo.
Por Luis Amílkar Gómez
El viaje de retorno de
Cuba fue largo y aburrido, ya que regresar del paraíso del Caribe a las frías
estepas rusas, no debe ser motivo de celebración para nadie.
Al llegar a la
residencia estudiantil en Moscú encontré tres cartas de Natasha, que se había
mantenido escribiendo, aún sabiendo que yo estaba ausente.
Me pedía que
inmediatamente llegara, que le escribiera contando mis experiencias en Cuba.
Las contesté
inmediatamente, dándole detalles de mi viaje a ese país y de la alegría que
sentí al estar tan cerca de mi Patria.
El edificio
prácticamente estaba vacío, ya que era tiempo de vacaciones y todos andaban
dispersos por diferentes lugares.
Unos se iban a sus
países, que eran los más pudientes (algunos africanos y árabes), otros viajaban a
diferentes ciudades de la Unión Soviética, casa de descanso en el Mar Negro y,
los menos, visitaban los países europeos occidentales comprando mercancías para
sobrevenderlas a jóvenes rusos.
Como ninguno de mis
amigos estaba en la vivienda, fue Wandemu, un estudiante etíope, quien me dio
la terrible noticia que, en principio, no creí.
Mi gran amigo Manuel
Mata había muerto. Mi muy apreciado Manolo había fallecido. Sentí como si se
apagara algo dentro de mí y me fui a la habitación porque mi pecho se quería
romper de la angustia.
Esa noche no dormí
pensando en Manolo, desde el primer momento cuando le conocí, al levantar su
mano en el avión que nos trasladaba a Curazao.
Nuestros días en “La Haya”, cuando conocíamos por primera
vez una ciudad europea, nuestros almuerzos y desayunos en el comedor
universitario y nuestra expresión de cariño mutuo cada vez que nos
encontrábamos.
Al siguiente día me
dirigí hacia la oficina de Nicolái, mi consejero de quien hablé antes, quien me
confirmó la fatal noticia. El me dio algunos detalles de su muerte.
Después de cumplir con
la práctica del día, y en medio de un calor infernal que hacía en esas montañas
durante el día, Manolo fue a pasear con Juan, un mexicano que estudiaba
Geología igual que él, y otro estudiante que no recuerdo su nombre.
Al llegar al bello lago,
que describí antes al llegar al campamento, los muchachos decidieron bañarse a
sabiendas de que estaba prohibido.
En el centro del embalse
había un pequeño islote y decidieron nadar hasta allí, cuando lo alcanzaron,
alguien sugirió volver a la orilla sin descansar y nadaron hacia atrás.
Me contó Juan, meses
después, que cuando él llega a la orilla y mira hacia atrás se da cuenta que
Manolo se está ahogando y solo alcanza a ver sus manos antes de sumergirse
totalmente.
Corrieron al campamento
en busca de ayuda, pero ya era muy tarde y su cuerpo fue rescatado un tiempo
después por unidades de emergencia.
En parte me culpaba de
su muerte porque si yo no hubiera viajado a Cuba, probablemente la tragedia
nunca hubiera sucedido, ya que yo le hubiera convencido de que no se bañara en
ese lugar.
Tanto Manolo, como yo y
los demás estudiantes, habíamos sido informados de la muerte de varios
extranjeros, incluidos varios dominicanos, en diferentes lagos de ese país.
El problema radicaba en
que esos lagos se mantenían congelados gran parte del año y el calor del verano
solo calentaba la superficie del agua.
El resto se mantenía a
una temperatura muy baja y se producía una coagulación de la sangre en las
extremidades inferiores que impedía sus movimientos.
Supe que en Dominicana,
se hablaba que los rusos mataban a esos estudiantes, porque manifestaban su
disgusto con el sistema socialista.
Era una de las tantas
burdas mentiras que se inventaban, en muchos medios y países, sobre la Unión
Soviética en la era de la Guerra Fría.
Además, Manolo fue un
militante del Partido Comunista Dominicano (PCD) y, aunque no era un fanático
como algunos, siempre me habló de algunos trabajos de propaganda que le tocó
hacer en el país.
No quiero ni siquiera
imaginarme como su madre, sus familiares y amigos recibieron, primero la
noticia de su muerte, y luego su cadáver desde un lugar tan lejano.
Sobre todo, porque
Manolo prácticamente se fugó de su casa, ya que no se despidió de sus
familiares temiendo que ellos se opusieran al viaje.
Abandonó su empleo en la
Sociedad Industrial Dominicana (Manicera), en donde laboró por varios años,
para buscar su sueño en un país tan lejano.
Demás está decir cuan
buena gente era Manolo.
Físicamente era fuerte como un toro, pero su
rostro lleno de bondad y su sonrisa siempre a flor de labios, te decían desde
el primer momento, que estaba frente a un joven bueno y sano.
Un ser muy especial.
Un gran estudiante.
Un amigo confiable y leal.
Un dominicano ejemplar.
Desde su muerte, hace 37
años, Manuel Mata (Manolo), es uno de los “Héroes
de mi Vida”.
”Para mí, él murió en la
guerra o en el combate que debemos librar día a día, los que nacimos sin
ninguna protección, para arrebatar la alimentación, la salud y la educación a
que tenemos derecho como seres humanos”.
La angustia sigue
invadiendo mi corazón cada vez que lo recuerdo.
“El tiempo podrá
matarnos a todos”.
“Pero mi cariño por ese amigo nunca perecerá”.
Continuará...
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