Mi vida entre dos monstruos(7): La llegada de Chiche y un viaje inesperado a Cuba
Por: Luis Amílkar Gómez
Al final del verano de 1977, llegaron los nuevos estudiantes dominicanos y con ellos arribó un compueblano que habíamos crecido juntos en San Ignacio de Sabaneta.
Su nombre José Agustín Pérez Toribio (Chiche).
La presencia de Chiche me llenó de alegría, ya que era como si alguien de mi familia estuviera conmigo.
Ahora si podía conversar con alguien de aquellos lugares maravillosos donde transcurrió mi vida, sin tener que pintar cuadros imaginarios en las mentes de quienes me escuchaban.
Junto a Chiche, ese año llegaron solamente a nuestra universidad, más de 20 estudiantes que era el número más grande de dominicanos que había venido al centro académico en un solo año.
El primer año en la Facultad de Ingeniería fue quizás el más difícil.
Tendríamos pre-cálculo, química inorgánica, mecánica teórica, geología, más historia de la Unión Soviética y conocimientos básicos de minería a cielo abierto.
Cabe resaltar a mi profesor de historia, traía cada día unas mangas especiales para cubrir sus brazos de tal manera que no se le ensuciara su traje de tiza.
Otra particularidad es que era muy estricto con el horario, nadie podía entrar al aula después de que él lo hiciera. Por su forma estricta y por la pasión con que hablaba de la Revolución de Octubre, le pusimos el nombre de El Bolchevique.
Bolshevik (cuyo significado es mayoría), era el nombre que se le daba a los seguidores de Vladimir Ilych Lenin, durante el proceso social que culminó con la revolución rusa de 1917.
También tendríamos que viajar cada día alrededor de 45 minutos para llegar a la sede central de la universidad, en el vecindario moscovista de Danskoy, que es donde estaba ubicada la facultad de ingeniería.
De Danskoy, viajábamos unos 15 minutos al barrio de Páblovskaia, que era donde estaban ubicadas las cátedras de minería y agronomía. Comencé a involucrarme en las actividades de la Asociación de Estudiantes Dominicanos, el gobierno estudiantil de la Facultad de Ingeniería y fundamos con otros estudiantes el grupo de “Poesía Coreada”.
El grupo que estaba dirigido por el hoy doctor naturalista Félix Casas, quien traía experiencia de su participación en la poesía coreada de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), causó novedad entre el conglomerado latinoamericano.
Fuimos invitados a participar en muchos eventos en diversos centros académicos de Moscú.
Fue un año bien intenso y productivo.
Obtuve buenas notas en mis materias académicas y participé ampliamente en la vida social y política del entorno universitario.
Terminamos el año académico en mayo del 1978 y teníamos que marcharnos fuera de la ciudad por dos meses a realizar prácticas.
A los de mi carrera, Ingeniería de Minas, y a los geólogos de primer año, nos tocaba viajar a una pequeña villa, en la entonces República Socialista de Moldavia, donde aprenderíamos a manejar instrumentos de medición como el teodolito, niveladores y otros.
Viajamos en tren hasta Kishinev, la capital moldavana, y luego fuimos trasladados en autobuses a Koshnitsa, así se llama la aldea, que sería nuestro destino por un mes.
Koshnitsa (se deriva del búlgaro y significa canasta), actualmente tiene entre 5 mil y 6 mil habitantes, es un pequeño poblado que pertenece administrativamente, a la ciudad deDubasari.
En este viaje me acompañaba Manuel Mata (Manolo), de mis compañeros iniciales, ya que él cursaba la carrera de geología.
Al principio, a Manolo y a mí, nos llamaron la atención los letreros con palabras muy parecidas al español que había en el pequeño poblado: “casa grande”, “luna”, “tranquilo”, “patientia”, “vaca” y otros.
La explicación es que Moldavia era parte de Rumanía hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando esta región decidió declarar su Independencia y adherirse a la Unión Soviética.
El rumano es una lengua romance que procede del latín y es muy parecido al italiano, por lo tanto, ambas lenguas tienen algunos vocablos comunes con el español.
En Koshnitsa, durante el día cumplíamos con nuestros compromisos académicos, mientras que por las noches se tocaba música y se bailaba en la famosa ploshaka.
En una de esas noches, conocí a Natasha, una bella moldavana que estudiaba Psicología en la universidad estatal de Kishinev.
Ella bailaba poco, igual que yo, y comenzamos a charlar sobre diversos tópicos y me llamó poderosamente la preparación intelectual que poseía.
Había nacido y crecido en la aldea y contaba la historia del poblado como si hubiera vivido allí 200 años antes de nacer.
Cada noche nos encontrábamos e íbamos de paseo a las orillas del inmenso río Dniéster que pasaba cerca del caserío.
El verano se encargaba de proveer una agradable temperatura y la luna, con sus rayos misteriosos, se hizo responsable del romance.
La relación se tornó cada vez más fuerte y cuando llegó la hora de marcharnos, Natasha dijo que me despediría en la estación de trenes en Kishinev.
Al despedirnos y ver lágrimas en sus bellos ojos verdes, comprendí lo que decía un poeta medio loco de mi pueblo sobre el amor, que “no tiene fronteras, idiomas, ni razas, solo sentimientos”.
El tren avanzaba y Manolo no paraba de darme cuerdas sobre el amor encontrado.
Nos dirigíamos a Simferópol en la península de Crimea, donde esperábamos cumplir con nuestra práctica de Geología.
Crimea, es una tierra llena de historia.
Fue ocupada por los nazis de 1942 hasta el 1944 cuando fue liberada por el Ejército Rojo.
En 1945, una de sus ciudades, Yalta, fue la sede del acontecimiento histórico llamado “Conferencia de Yalta”, donde se reunieron los tres máximos dirigentes de las fuerzas aliadas contra el nazismo.
Allí, en el palacio de Livadia que fue la casa de veraneo del último zarruso Nicolás II, estuvieron el presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, el Primer Ministro de Gran Bretaña, Sir Winston Leonard Spencer-Churchill, y el presidente de la Unión Soviética, Losif Vissarionovich (Joseph) Stalin.
Prácticamente, en ese encuentro se delineó el fin de la Alemanianazi.
Continuando con nuestro relato, de la ciudad de Simferópol, en el centro de la península, nos trasladaron hacia la parte montañosa, donde nos esperaba un campamento ya instalado, con todas las facilidades para llevar a cabo nuestras actividades.
Con Manolo y algunos otros compañeros hicimos un reconocimiento de los alrededores antes de que se iniciaran las labores.
El lugar era bellísimo y muy cerca del campamento había un lago azul, que completaba el cuadro maravilloso pintado por la misma naturaleza.
Al cuarto día de exploraciones geológicas y al regresar al campamento me llamó a su carpa el director de los trabajos.
El profesor mostrándome un telegrama me dijo: “tienes que viajar mañana temprano a Moscú, fuiste escogido por la universidad para viajar a Cuba a un festival”.
Me pareció increíble que eso me estuviera sucediendo.
Imagínense enviarme al Caribe.
A la tierra de Fidel, justo al lado de mi casa, justo al lado de la Patria, justo al lado de mi República Dominicana. Era como regresar nuevamente a mi Quisqueya.
No me importaba lo que mandó a poner Joaquín Balaguer a mi pasaporte sobre no viajar a Cuba. Al diablo su impedimento de entrada. Me importaba un “bledo el maldito destierro”.
No podía entrar a mi país, pero sí a la Cuba hermana.
A la Cuba solidaria.
A la Cuba de Fidel.
Los muchachos al enterarse de la noticia, brincaban y gritaban conmigo, celebrando un acontecimiento que ninguno esperábamos.
Me despedí de mi amigo Manolo y vi en sus ojos una tristeza muy profunda, ya que era su persona más allegada en el campamento.
Ninguno de los dos sabía que era una despedida para siempre.
Me llevaron al aeropuerto de Simferópol y volé en un T-134 de Aeroflot hacia Moscú.
Me reporté al departamento de asuntos estudiantiles de la universidad y Nicolái, mi consejero, me informó que en tres días saldría hacia Cuba, como parte de la legación estudiantil de la ciudad, que participaría en el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes.
No me explicó las razones que tuvieron para escogerme.
Tampoco yo las pregunté.
No creía ser merecedor de tan alto honor.
Hacia Cuba.
Era un sueño.
Me pellizqué varias veces.
Y comprobaba que era una realidad.
Una pura realidad.
Continuará…
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