Lo que se dijo, dicho está.
Por Néstor Estévez.
Ocurrió
una de esas tardes calurosas, como casi todo el año, en Dajabón. Era una de esas
charlas en las que el padre Roberto Alonzo se inspiraba para que sus
estudiantes de locución supieran lo que tendrían entre manos.
El
padre se refería a la importancia, además del correcto uso del idioma, de ser
precisos al hablar. Nosotros, sus estudiantes, habíamos llegado a la emisora
atraídos por esa especie de fascinación de hablar en una cabina para que mucha
gente pudiera escucharnos, en muchos casos, a muy gran distancia.
Roberto
Alonzo tenía muy claro que debía insistir para desmontar el mito de esa fama
que enamoraba a tantos. Él, imbuido de la filosofía ignaciana, se empeñaba en
que sus discípulos entendiéramos que, desde la comunicación, y más
específicamente desde la locución, se requería aplicar eso de “en todo, amar y
servir”.
Por
eso Roberto, muy especialmente aquella tarde, se empeñó en que entendiéramos
tanto el valor y el poder de la palabra como la repercusión de su buen o mal
uso.
Así
fue como, después de muchísimas explicaciones y citas, después de hablar sobre
el compromiso de estar “ante un micrófono” o de dirigirse a un público y hasta
a una persona, escogió una breve y contundente frase para resumir la clase de
ese día: “lo que se dijo, dicho está”.
Parece
que estamos necesitando volver a las cátedras del sacerdote que una buena
mañana, al concluir el análisis de un texto bíblico, me separó del grupo para
preguntarme: ¿te gustaría hacer un curso de locución?
Como
muestra sirve el caso en que unos jóvenes, a modo de chercha, ofenden a una
trabajadora doméstica mientras limpia en un restaurant de comida rápida,
registrando en video y difundiendo el episodio. Luego, cuando el agravio “se
hace viral” y, prefiero creer que, cuando provoca cierta dosis de vergüenza y
su correspondiente reproche en la familia, se procede a pedir excusas y a
intentar enmendar por las redes lo que ya se hace imposible recoger.
Pero
hay más: así como ocurre con esos mozuelos, no es extraño que suceda con un
legislador, reincidente por demás, al hacer alardes de estar “arma’o y con
cuartos”. Y la historia se reedita: luego de que “se hace viral”, como para eso
están hechas las excusas y parece que no hubo un Roberto Alonzo que advirtiera,
se vuelve a pedir disculpas.
Si
antes de que existieran las redes sociales virtuales era necesario tomar en
cuenta que “lo dicho, dicho está”, ahora, cuando cualquiera con acceso a
internet y un equipo sencillo hace saber y hasta puede lograr más impacto,
informado o desinformando, que cualquier gran cadena internacional, la
advertencia que pone título a este breve escrito adquiere mucho mayor valor,
pertinencia y utilidad.
Todo
ha evolucionado, todo sigue cambiando. Y para que los cambios sean sostenibles,
la comunicación es determinante. Si bien es cierto que ella no es “curalotodo”,
también es cierto que se trata de la única herramienta para provocar
entendimiento entre las personas. Cualquier otra vía podría darnos una
impresión parecida, pero no pasaría de ser subyugación, sometimiento,
manipulación, entre otros métodos parecidos.
Por
eso ahora, ante tanta gente creyendo que “comunicar” es lo mismo que “decir”,
se ha vuelto urgente que entendamos que se trata de eso que nos mantiene
humanos.
Siendo
así, la comunicación es algo que necesitamos aprender para bien usar. Es algo
que implica colocar en el centro a quien recibirá el mensaje. Es algo que
implica caer en la cuenta de que mensajes, sentimientos, pensamientos y
acciones forman parte de un proceso que incluye consecuencias.
No es
imprescindible que todas las personas estudiemos comunicación. Lo que sí es
imprescindible es que nos empeñemos en entender que mientras mejor conozcamos
esa facultad humana, mayores serán las oportunidades para lograr objetivos
sostenibles, y mucho más amplia será la posibilidad de mejorar la convivencia.
Finalmente,
vale recordar que hacer es la mejor manera de decir. En consecuencia, en ambos
casos es sumamente recomendable que primero pensemos en sus posibles
consecuencias. Eso será de valiosísima ayuda para evitar que en nuestra memoria
resuene: lo que se dijo, dicho está.
Comentarios
Publicar un comentario