Voces y ecos
La soga ante el ahorcado
RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
La sabiduría difiere del conocimiento que resulta de acumular
información o de manejar técnicas para el desempeño de un trabajo.
Tampoco consiste en el manejo de mañas o artilugios para alcanzar el
éxito y los bienes materiales. La sabiduría a la que me refiero parte de un
sentido más empírico o quizá intuitivo.
Es un tipo de inteligencia y agudeza del entendimiento, constituida a
partir de vivencias, que permiten a las personas encontrar respuestas oportunas
ante situaciones diversas, e incluso les sirven como prontuario que orienta sus
acciones para la vida en sociedad.
Ese conceptualizar se expresa a través de refranes, adagios, sentencias,
proverbios y máximas, unidades lingüísticas que guardan en común la condición
de que rezuman un saber consolidado por la experiencia y se agrupan en el
nombre genérico de paremia.
Representan un filón fundamental de nuestra identidad porque acumulan
una suma de experiencias que constituyen lo que llamamos sabiduría popular. Las
paremias tienen sus raíces en la tradición, sobre todo de los más antiguos
pueblos del mundo, como judío, griego y árabes.
A propósito de una declaración del candidato presidencial Leonel
Fernández, he observado las respuestas y comentarios de los lectores de un
diario digital y eso mueve a compasión.
El doctor Fernández acusó al Gobierno y al PRM de “cambiar el sistema
democrático por la dinerocracia”. Le recordaron una ristra de acciones dolosas
durante los 20 años que gobernó su partido.
De las paremias mencionadas quiero traer el concepto de sentencia:
Advierte lo que las cosas deben ser, por lo cual es norma o patrón que ampara
una determinación. Un ejemplo es: “Delante de ahorcado no se debe mencionar el
lazo”. No hablar de soga en presencia del ahorcado es expresión simbólica que
encierra lección de prudencia.
Esa sentencia es muy antigua, ya la hemos fichado en “Don Quijote de la
Mancha”, de Miguel de Cervantes. Ante la insistencia de don Quijote de enviar
una carta a Dulcinea, para exaltar la belleza como lo hicieron otros galanes
con sus pretendidas, según se cuenta en el capítulo 25 de la primera parte,
Sancho respondió lo siguiente:
-Digo que en todo tiene vuestra merced razón -respondió Sancho- y que yo
soy un asno. Más no sé para qué nombro asno en mi boca, pues no sea de mentar
la soga en casa del ahorcado. Pero venga la carta, y adiós que mudo”. (pág.
245, edición IV Centenario). En el caso de Fernández, es paradójico que sea el
ahorcado quien hable de soga. No le conviene.
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