¿Es buena o mala la Inteligencia Artificial?
Por Néstor Estévez
Aunque hace mucho tiempo que se usa,
en días recientes ha estado muy en boga en el país, además de ser tratada como
algo que ha de venir, la denominada Inteligencia Artificial.
¿De qué estamos hablando? Para
entenderlo mejor, revisemos un poco. Para 2004, en un artículo publicado bajo
la firma de John McCarthy, se definía la Inteligencia Artificial como “la
ciencia y la ingeniería de la fabricación de máquinas y programas informáticos
inteligentes”.
A eso se agregaba que la Inteligencia
Artificial estaba relacionada con una tarea similar a la de “usar computadoras
para entender la inteligencia humana”. Pero McCarthy iba un poco más allá, agregaba
que “la Inteligencia Artificial no tiene que limitarse a métodos que son
biológicamente observables".
Vamos un poco más atrás. Hace más de
setenta años se dio a conocer un trabajo trascendental de un hombre al que se
le considera el "padre de la informática": el estudioso británico Alan
Turing.
En un artículo titulado Maquinaria
computacional e inteligencia ("Computing Machinery and Intelligence"),
en 1950, Turing se hacía una interesantísima pregunta: ¿Pueden pensar las
máquinas? De ahí partió el estudioso para legarnos lo que hoy se conoce como la
"Prueba de Turing", en la que un evaluador humano intenta distinguir
entre la respuesta textual de una computadora y la de un ser humano.
Como se puede notar, no es un asunto
nuevo. Lo que ocurre es que la inmensa mayoría solo se limita a seguir el
asunto “desde las gradas”, y muchísima gente ni siquiera se ha enterado de que
“hay juego”. Por eso tanta gente se limita a discutir si la robot Sophia dijo o
no dijo. Por eso, para la inmensa mayoría, el asunto se queda a nivel de
entretenimiento y banalidad.
La Inteligencia Artificial (IA) es un
campo de la informática que se enfoca en la creación de algoritmos y sistemas
que pueden realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como
la percepción visual, el reconocimiento del habla, la toma de decisiones y la
resolución de problemas.
Lo que pasa es que la inmensa mayoría
de la gente apenas llega a “guglear” y a quedarse con lo primero que “le
aparece”. Es más, muchísima gente ni siquiera se ha percatado de que existe la
denominada “Deep Web” o web profunda, a la que no todo el mundo tiene acceso y
por la que circulan tanto valiosísimas como terriblemente dañinas
informaciones.
Pues algo similar ocurre con la Inteligencia
Artificial, que se divide en dos categorías principales: la IA débil o estrecha
y la IA fuerte o general. La IA débil se utiliza para realizar tareas
específicas, mientras que la IA fuerte es capaz de realizar cualquier tarea
intelectual que un ser humano pueda hacer.
Los métodos utilizados en la Inteligencia
Artificial incluyen el aprendizaje automático, el procesamiento del lenguaje
natural y la visión por computadora. La Inteligencia Artificial tiene una
amplia gama de aplicaciones en la vida cotidiana, desde los asistentes
virtuales hasta los sistemas de diagnóstico médico y los vehículos autónomos.
Visto esto, se puede deducir que la
Inteligencia Artificial no es buena ni mala. Se trata de si la usamos o “nos
usan” con ella. Para asegurarnos de que sea realmente buena, ante la
acostumbrada tendencia a “cogerlo suave”, lo que incluye evitar eso de
“pensar”, lo primero sería evitar que la Inteligencia Artificial sea solo aprovechada
por quienes, conociendo ese modo de ser tan generalizado, se dediquen a “dar
riendas sueltas” a sus posibilidades de seguir aprovechándose del
desconocimiento de los demás.
Por eso urge invitar a Cicerón, para
que nos recuerde que “Pensar es como vivir dos veces”; a Confucio, hombre convencido
de que “Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, peligroso”; a Leonardo
Da Vinci, con su idea de que ”Quien poco piensa, se equivoca mucho”.
Finalmente, sirve de gran ayuda René
Descartes, con su contundente “Pienso, luego existo”. Lo otro sería cosa de
asegurarnos de que mantenemos y mejoramos dos condiciones: el trato que
dispensamos a los demás y nuestra capacidad de pensar, preferiblemente con
cabeza propia.
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