Santiago, R.D.- Hace siglos que los bares y restaurantes son
señales de identidad y se habla de relevancia, la dimensión social, en que la vida de un camarero es durísima, con sus pintorescas
anécdotas y siendo testigo de hechos que transforman hasta el alma.
Trabajan en lugares convertidos
en ocio, reunión, tapeo, copas, confidencias, nervios, risas,
llantos, flirteo, compromiso, diversión y euforia.
Todo tiene cabida en muchos de esos negocios
en cuatro paredes y otros al aire libre.
Esos negocios, están asociados al valor de la amistad,
en que muchos ríen, lloran, se enamoran, surgen enfados, consiguen nuevos amigos, y
a través del “trago” es que se consiguen las mejores amistades.
Los camareros son el hombro sobre el que
apoyarse, el oído en el que confesar penas, la cara amiga en la que confiar, el
diván en el que desahogarse de las preocupaciones, y sirve de la mejor
medicina.
En ellos se consolidan relaciones, al tiempo que clientes y trabajadores se
convierten en una gran familia.
Bar y restaurantes son especies de tesoros de
buenas comidas, bebidas, entregas, repartos, gestiones, de charlar, escuchar, ver televisión, observar a dueño pasear por el entorno.
Sirven los camareros como psicólogo, mensajeros, cómplices de cuestiones
sentimentales, amigo, consejero y orientadores.
Tener un bar o restaurante es jugar roles
trascendentales, sociales, innegables, son más que un trabajo, una profesión, forma
de vida y sus cuatro paredes constituyen el alma de muchas personas.
Entre las cuatro paredes de los bares que se
escriben y surgen miles de historias que remueven el interior.
Una de los logros es que cuando un camarero confía en
un cliente “logra hasta las llaves de entrar a su casa”.
El camarero se levanta con el alba para servir
al cliente el café.
Constituyen el equilibrio de esos negocios sorteando
mesas con la bandeja en alto similar campo de lleno minas explosivas.
Tienen que soportar a menores y adultos que saltan,
corren, se arrastran y tiran todo al suelo, menos al camarero.
El
camarero no es una calculadora humana, ni tiene por qué saber de memoria
cuántas cervezas ha pedido determinado cliente.
Su vida, el trabajo, su ambiente son
durísima.
Tienen pintorescas anécdotas de las
ocurrencias que suceden en sus áreas de trabajo.
Son testigos de diferentes episodios con los
cuales se podría escribir cantidades de libros y revistas.
Nadie, puede determinar qué
cantidad de kilómetros recorre un camarero en su área de trabajo.
Su trabajo es mal pagado, que se
convierte en un viaje de larga duración por la cantidad de
horas en servicio, lleno de aventuras, algunas adversas y otras favorables.
Hay ocasiones en que su
trabajo se “agita” cuando en algunas mesas se pide con “cuentagotas”.
Uno ordena un refresco y se lo
lleva.
Otro en la misma mesa vuelve y
ordena una cerveza y vuelven
con ella.
Aparece que otro cliente de la
misma mesa que pide una “botella de agua”.
Nadie sabe lo que piensa un camarero y lo que quiere
expresar en estas situaciones.
Pero, uno de los dramas más terrible del camarero es
cuando aparecen los llamados “babosos que van piropeando a las damas sin
conocerlas”.
Más aquellos que van rozando cuando sortean mesas; y
los que usan a los camareros para llevar “papelitos” a mujeres que supuesto les
atraen, aunque no las conozcan.
Estos abnegados hombres y en ocasiones mujeres denotan
el cansancio cuando llevan horas trabajando, al terminar la jornada en que ya
tienen el suelo barrido, las luces y la música apagada, y cuatro tristes que no
se dan por aludidos ni sueltan la última copa.
Es ahí cuando la “pintura es dura” y los camareros tienen
que irse a un rincón mientras los bebedores decidieron irse y dejar de hablar
alto, “porque dicen que el cliente siempre tiene la razón”.
Ahí es, cuando resulta la dureza de la vida
del camarero, las miles de cosas que pasan por su cabeza.
Otra realidad, es cuando un cliente intenta llamar su
atención con un silbido, un chasquido de dedos, un "oye, cuando entiende que el camarero tardan en llevar el pedido”.
Por eso, es que la vida del bar y del
restaurante son duras, y lo grande es que allí ocurre de todo.
Mayor, es la incertidumbre de los que están
detrás de
una barra, los
picadores de hielo, preparadores de tragos, que son los que requieren más “paciencia
que un santo de cartón”.
“Y es que en ocasiones, hay clientes que son
de los más peculiares” en que se aprovechan de las circunstancias.
Trabajar de
cara al público “siempre es una pequeña tortura” y hay que
estar lleno de “paciencia” y de valor.
Aparecen clientes que se creen que son el
centro del universo y exigen que los traten al estilo de los “Reyes de España”.
Por la calidad de sus servicios, hay bares que
están abarrotado de seres humanos, en que nadie tiene prioridad, en que
aparecen clientes con los “soniditos irritantes y dando golpecitos en la barra
con una moneda” mientras el personal está saturado.
La cuestión, es, que ser camarero es como
ir al zoológico, en el que cada día ves todo tipo de criaturas
humanoides pasearse con todo tipo de pintorescas actitudes y costumbres.
Y es que toda una mina de historias que
guarda en su vida el camarero.
Reiterado es que es tedioso trabajar en un
bar y restaurante que llega a las ocho de la mañana ocupando una mesa por
espacio de 5 horas y solo consumo un café y dos botellas de de agua y no les
dan ni siquiera las gracias al camarero.
Esa manía las hacen de lunes a viernes y el
camarero, porque ese es su trabajo, tienen que atenderlo con respeto y decencia.
La vida del bar y del restaurante es dura, y no hay que
ser un lince para llegar a esta conclusión, aunque en ocasiones, el cliente ni
la entiende y tampoco respeta.
Hacer un oficio en un bar y restaurantes es
más que un trabajo, aunque es una forma de vida.
Dedicarse a ello requiere esfuerzo,
compromiso, paciencia, sacrificio y tesón.
Un gran esfuerzo físico, descoloca relojes
internos; que deja fuera de fiestas y celebraciones a quienes se dedican esta
labor social.
Personal que trabajan en bares y
restaurantes son los eternos ausentes en las festividades de sus casas y del
sector en donde viven.
Trabajan mientras los demás se divierten en
actos festivos y jornadas largas de lo que otro humano tiene por costumbre.
Conscientes de esto; la dureza de tener un
bar o trabajar en él es una tarea dura.
Luchan con borrachos y las exigencias de los
clientes inconscientes, en ocasiones irrespetuosos.
Innegable resulta que los bares juegan un papel fundamental en la República Dominicana, porque dinamizan la cuestión
económica, social, cultural y humana.
Son lugares donde siempre hay gente, de
identidades y de inquebrantables relaciones.
Al transcurrir el tiempo se han ido terminando
muchas tradiciones, pero los bares están presentes y firmes, a pesar de la
existencia del coronavirus.
Han sido y son los bares y restaurantes testigos de
momentos trascendentales en las vidas de los humanos, en que a nadie ha de extrañar
que son punto de encuentros considerados símbolos de la cultura de cada país,
pueblos, provincias y regiones.
Estos negocios no saben de modas, y van más allá de
tendencias pasajeras, perdura con el tiempo y sigue creciendo con los años.
Miles de dominicanos van a los bares y restaurantes a
comer y tomar bebidas alcohólicas, en que muchos lo hacen para estar en compañía,
charlar con los amigos, hablar de actividades deportivas, políticas y otros
quehaceres.
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