Rememorando al abuelo

Por Néstor Estévez

Todavía me parece escuchar al abuelo, entre sus meditaciones y expresiones cargadas de esa sabiduría que se adquiere en la “universidad de la vida”.

Mi abuelo, entre otros muchos temas, solía hacer alusión a esa rebeldía que caracteriza a ciertas etapas de la vida del común de las personas, y a esa especie de pasividad que suele ser muy propia de la madurez.

Por supuesto, él no contaba con palabras rebuscadas ni expresiones complejas para referirse al tema. El abuelo solía hablar de “muchacho cabeza caliente”, para hacer alusión a quien destacaba por esas ganas de cambiarlo todo, y de “hombre a quien le pesa el ruedo del pantalón”, cuando se trataba de alguien que acostumbraba a actuar con pleno sentido de responsabilidad y con el consecuente cuidado ante los posibles resultados de sus acciones.

Alguien, de quien no creo que mi abuelo llegara a saber, se encargó de recoger en una sola expresión la vieja dicotomía. "En los ojos del joven arde la llama; en los del viejo brilla la luz". Es una frase atribuida a Víctor Hugo, poeta, novelista, ensayista y dramaturgo francés del siglo XIX.

Aquí resulta de suma utilidad remitirnos a José Saramago, más reciente que mi abuelo y lógicamente, más reciente que Víctor Hugo. El Premio Nobel de Literatura de 1998 refiere que “Ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe”.

Evidentemente, los tres han necesitado ejercitar el pensamiento para abordar, analizar, comparar, entender y lograr conclusiones sobre el tema.

Como es lógico entender, ya sea tratada por mi abuelo, por Víctor Hugo o por Saramago, la posibilidad de percibir y cuestionarnos ha tenido un rol fundamental en lo logrado y vivido por la humanidad.

Si lo que ocurre a nuestro alrededor no es percibido, entonces es como si no existiera. Solo cuando percibimos, y eso que percibimos nos mueve a actuar, logramos generar cambios que terminan incidiendo en nuestro entorno y en nosotros. Solo cuando nos inquietamos y ponemos en acción nuestra capacidad de hacer, logramos “edificar” lo nuevo.

Es así como, a partir de lo ya conocido, surge lo que podemos presentar como novedad. Cuando nuestro nivel de inquietud solo llega hasta percibir y quizás hasta admirar lo que ocurre en derredor, nuestro rol queda relegado al de simples espectadores.

Por el contrario, cuando nuestro nivel de respuesta a los estímulos del entorno implica acciones que dan resultados inspirados en nuestra capacidad de apreciación, interiorización y modificación de la realidad, estamos ejerciendo el papel de entes pensantes y con acción transformadora.

En todo esto juega un papel muy relevante la capacidad de gestión de estímulos que ha de caracterizar a los seres racionales. Esa es la capacidad para, entre todo lo que nos llega, escoger con criterios como bondad, utilidad y verdad. Esa es la diferencia entre “tragarse lo que te den” y seleccionar a qué hacer caso.

Aunque mucha gente no logra reparar en ello, la inmensa mayoría actúa en base a emociones. La frecuencia con que se nos expone a mensajes, sumada a la cantidad de medios para ello, produce una especie de inercia que nos lleva a perder el control. La inmensa mayoría de la gente no logra distinguir entre familiaridad y verdad.

Hasta hace poco lo habitual, y lógico, era que tuviésemos como referente a lo bueno, a lo mejor, a lo que edificaba y aportaba para el real crecimiento. En asunto de quizás dos décadas, la insistente repetición, el escaso análisis y la falta de criterios para priorizar han provocado que los nuevos “referentes” hagan alusión a lo malo, a lo peor y lo que atenta contra lo que teníamos como real garantía de valor.

¿Hasta dónde es sabio y sostenible actuar sobre la base de negar todo lo conocido? ¿Cómo hacer para mantener rumbo esclarecido al actuar? ¿Cuáles otras señales necesitaremos para entender la urgente necesidad de revisar el rumbo?

Parece más que urgente volver a lo aprendido por el abuelo en la “universidad de la vida”. Parece más que urgente identificar virtudes tanto en la llama como en la luz. Parece más que urgente identificar puntos de avenencia entre lo que se sabe, lo que necesitamos aprender y lo que debemos y podemos hacer.

Resulta muy oportuno encontrar y aplicar lecciones de una cátedra conjunta entre el abuelo, Víctor Hugo y Saramago. ¿Te anotas?

 

 

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