Enseñanzas de un filósofo iletrado
Por Néstor Estévez
Recuerdo
a un filósofo que, entre otros temas, solía compartir su enfoque sobre la
relatividad del tiempo.
Aquel
hombre, iletrado, pero con esa sabiduría que da la escuela de la vida, aunque
no tenía la más mínima idea sobre Sócrates, y mucho menos sobre su mayéutica,
acostumbraba a usar el método favorito del maestro griego para introducir su
disertación.
¿Por
qué la vida es corta y también larga? Con esa pregunta acostumbraba aquel sabio
a iniciar su propuesta de edificante conversación. Él generaba esa especie de
inercia que suele producir toda pregunta, y entonces procedía a exponer.
En su
exposición apelaba a los ejemplos. Él solía comparar la velocidad a que pasaba
el tiempo en dos situaciones claramente diferentes: cuando se estaba al lado de
la persona amada y cuando se trabajaba en el campo a pleno sol. Con ejemplos
así resultaba muy fácil entender que la vida puede ser corta y también larga.
Una
especie de “postdata” que solía incluir aquel filósofo iletrado estaba
relacionada con el mejor aprovechamiento posible de una y otra versión del paso
del tiempo.
Es
evidente que hace mucha falta retomar aquellas enseñanzas. Hoy, cuando el
aceleramiento actual impide que logremos el más adecuado provecho de lo que nos
enseñaron como “variable independiente”, se ha vuelto imperativo que nos
especialicemos para actuar con el mejor sentido de orientación posible.
Tanto
en términos individuales como colectivos, los efectos distractores logran su
cometido. De manera generalizada estamos desviados de lo esencial. Y eso, como
es sencillo entender, tira por la borda muchísimas oportunidades para avanzar y
mejorar.
En lo
personal, potencialidades y oportunidades, siempre con atención a los valores,
deberán convertirse en insumos para el avance sostenido y con clara orientación
a mejorar la convivencia.
En lo
colectivo, temas como la pandemia o cualquier otra de las expresiones de crisis
globales cuentan con mucho para enseñarnos y para que realmente mejoremos. A
esto se agrega que, por mucho que se logre avanzar en solitario, el propio
tiempo, cuando nos alcanza, hace entender que solo cuando se comparte valor nos
encaminamos a la sostenibilidad
Aunque
mucha gente no haya logrado entenderlo –y hasta hay quien se empeña en
ocultarlo- las sociedades que han registrado reales avances lo han logrado
mediante pactos entre sus fuerzas vivas.
Más
que recursos para explotar o cualquier otra característica relacionada a
primera vista con el bienestar, ha sido ese “caer en la cuenta” lo que ha
permitido ubicar destino común, alimentar alianzas y asumir las tareas que
permiten avanzar.
La
comunicación juega un papel determinante para ese proceso. Desde el mismo
momento en que se intenta provocar el más mínimo acercamiento, un mensaje
claro, oportuno y motivante suele tener efectos virtuosos.
Aunque
abundan ejemplos, en República Dominicana ha costado mucho aprender esas
lecciones. Hasta el momento, gente que quiere todo para sí se ha “salido con la
suya” para que no logremos el más mínimo acuerdo que propicie el avance. Da la
impresión de que una especie de alianza para el mal se obsesiona en que, aunque
parezcamos cambiar, todo siga igual.
A
ello se suma la necesidad de entender que los cambios reales no se producen con
el limitadísimo ejercicio de emitir un voto cada cuatro años. Hace falta
entender que los cambios de verdad son realizados con participación diversa y
proactiva de las fuerzas vivas de una sociedad.
Es
ahí donde la comunicación juega un rol estelar. Por supuesto, no nos referimos
a producir y difundir información por la diversidad de plataformas que nos
ofrece la actualidad. Se trata de ese proceso que implica escuchar a quienes
han anhelado y confiado en las reales posibilidades de cambio en sus
condiciones de vida. Esa es una virtuosa forma de conectar con el más auténtico
sentimiento de todos los sectores que componen un territorio.
En
definitiva, necesitamos retomar la relatividad y sentido de utilidad del tiempo
para avanzar por la senda que lleva del sueño a la realidad. Las enseñanzas de
aquel filósofo iletrado sirven para conectar y poner en camino a las fuerzas
vivas llamadas a hacer posible lo que aspira y merece cada ser humano.
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