Aprendamos de los árboles.


Manuel Vólquez.

He pasado muchos años estudiando el sistema comunicacional y de sobrevivencia de los seres vivos irracionales, sobre todo de las hormigas, las abejas, las aves, tigres, caballos, leones, elefantes, perros, gatos y los animales marinos.

Por Manuel Vólquez, periodista.
De ellos he aprendido, entre otras cosas, el proceso de la perseverancia, la organización para enfrentar las difíciles situaciones y el esquema de lucha contra los depredadores en su hábitat.

Por ejemplo, de las hormigas plagié su organización y previsión del futuro (almacenan alimentos para los tiempos de desastres naturales y laboran con una increíble sincronización y sin descanso); de las abejas, la organización para el trabajo en equipo; los demás animales, las herramientas para comunicarse a distancia y la forma de proteger sus territorios.

Estudiando también la vida de los árboles, he aprendido cosas impresionantes, especialmente la capacidad que tienen para abrirse pasos entre las rendijas de los mosaicos y pisos de cemento para respirar y desarrollarse como especies. 

Es un ejemplo de perseverancia que los humanos debiéramos imitar.

Encontré un relato de algunos investigadores, entre estos Teobaldo Eguiluz, presidente de Fundación Mexicana del Árbol, donde explican que la sociedad de los árboles es muy parecida a los seres humanos.

Eguiluz dice que un árbol solitario no puede hacer todo un bosque, pero juntos, mediante un lenguaje secreto, son capaces de crear ecosistemas que amortiguan el calor y el frío extremos, almacenar agua y producir aire húmedo.
La respuesta de cómo lo logran está en sus raíces, donde forman una súper estructura similar a un hormiguero por donde se comunican información sobre diversos peligros como la falta de agua y de nutrientes e incluso la presencia de un incendio.

En ese ecosistema cada miembro es importante para su comunidad, tiene su propia función y vale la pena mantenerlo con vida tanto tiempo como sea posible.

Por ejemplo, entre ellos protegen a los más enfermos, a los que proporcionan nutrientes hasta que están mejor, el mismo mecanismo que usan con los ejemplares más jóvenes.

En razón de que se trata de un caso muy orientador, reproduzco a continuación algunos detalles de la investigación:

“El árbol es como una casa, inclusive los árboles se comunican por sus raíces con sus hijos y con sus parientes lejanos o cercanos. 

Pueden alimentar a sus hijos a través de las raíces cuando estos son muy pequeños y no alcanzan la luz y por tanto no pueden fotosintetizar ellos solos”, detalla el genetista forestal.

Después agrega que “también ayudan a los viejos que ya no tienen la posibilidad de sostenerse por sí mismos”. 

Expresa que el árbol también convive con una microfauna compuesta por hongos, bacterias y virus que está interconectada con él.

Otro investigador, el gerente estatal de la Comisión Nacional Forestal (Conafor) en la Ciudad de México, Gustavo López Mendoza, revela que toda esta comunicación «se da debido a que las raíces de los árboles viven en simbiosis con hongos micorrícicos».

“El árbol utiliza la energía solar para generar carbohidratos y azúcares a través de la clorofila, que es una sustancia que ellos sintetizan. 

Ellos no la utilizan, la producen para sus simbiontes socios que viven debajo de la tierra, los hongos, ya que éstos no están expuestos a la luz y no pueden hacer la fotosíntesis”, explica. 

Por ello, el árbol les suministra todos esos carbohidratos y azúcares para que el hongo pueda fructificar y dispersar sus esporas.

A cambio, agrega, “los hongos, a través de sus raíces, de sus pelos radicales, suministran los minerales que tiene el suelo que son indispensables para que el árbol forme madera, es decir carbono”.

Precisa que «si este intercambio sale bien, las micorrizas, hectomicorrizas y hectoendomicorrizas le proporcionarán a los árboles todos los elementos químicos que requiere la planta para crecer: nitrógeno, fósforo, potasio, calcio, magnesio, boro y cobre».

Mientras, el profesor investigador de la división de Ciencias Forestales en la Universidad Autónoma de Chapingo, José Armando Gil, señala que descomponer materia orgánica, los hongos se desarrollan mediante una red de filamentos ultra finos llamados hifas.

Estas son muy largas, un gramo de suelo llega a tener 100 metros de hifas.

“Son tan finitas y delgadas que eso sirve para que todos los árboles se comuniquen entre sí”, dice.

No obstante, Gil precisa que cuando el bosque tiene algún tipo de deficiencia, se llega a desarrollar el hongo parásito conocido como «armillaria» u hongo de miel. 

Este es responsable de la “podredumbre blanca”, la cual ataca las raíces de los árboles en los bosques y se distingue de las micorrizas positivas por su naturaleza parasita.

Las hifas son las encargadas de comunicar a los árboles que un hongo negativo está penetrando.

“Cuando hay incendios o temperaturas anormales se envían información de que algo va mal en el ecosistema, esta información llega muy rápido a través de las hifas, que tienen una amplia distribución dentro del suelo y, algunas veces, también se da a través de receptores químicos”, agrega.

Y es que la comunicación entre los árboles no solo se da en el suelo sino también puede ser por el aire, explica Eguiluz.

El especialista agrega que esto pasa “sobre todo cuando hay incendios, plagas, tormentas o daños ambientales extremos”.

Esto hace que los árboles se comuniquen liberando fenoles terpenos, compuesto químicos que se liberan en el aire y que los perciben a través de las hojas.

Los absorben, los reconocen y detectan las señales que les mandan. Estas señales son reacciones termodinámicas y químicas que ellos utilizan para comunicarse.

El experto concluye recordando que “no se debe olvidar que los árboles usan todas las formas de energía posible que nosotros no podemos usar como seres humanos”. Aquí concluye el relato.

Los árboles siempre los asumo como un instructivo obligado para mis terapias psicológicas y mis ejercicios cotidianos en los parques.

La convivencia con estas esp
ecies me ha ayudado a recuperarme en el aspecto emocional de la secuela del derrame cerebral que sufrí en el 2014.

Es una oportunidad que nos ofrece la naturaleza para desintoxicarnos, aprender y de prolongar los años que la vida nos presta.

Emocionante, ¿verdad?

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